Capítulo XIV. El último reducto de la convección


Conector había descubierto el triste tesoro que los primeros coronarios protegían a toda costa. Llegó totalmente fatigado a la primera corona, ya casi se dejaba arrastrar por los demás cuando llegó al macabro mecanismo y se quedó atónito. Rodeó el mecanismo, colosal, totalmente impactado, y dejó de insuflar energía, su cansancio fue absoluto. Cuando se había detenido se dio cuenta de que había quedado expuesto a un flujo de salida del mecanismo, arroyador. Empezó a caer al mismo tiempo que los vigías de la primera corona empezaban a ser absorvidos hacia fuera por la fuerza de retorno que se originó.

Poco después llegaron los desprendidos y después todos los que les habían seguido, es decir, casi todos los seres del tercio exterior del planeta. Los desprendidos se detuvieron al instante rodeando el mecanismo, encontrando un apeadero. Por su numerosidad tenían el control indiscutible de la situación. La fuerza de succión que provocaron en la retaguardia hizo el resto: subvertieron totalmente el orden de las coronas.

Antes de poder expresar satisfacción (cuadratura de ángulos -se posicionaban en forma redonda, igualando todos los ángulos) o alegría (hacían algo remotamente parecido a una enredadera que se agitaba), Conector cayó víctima de la mayor fuerza gravitatoria, que se sumó al proceso de succión que se estaba originando, así que parecía perseguir a los seres de las coronas interiores hacia afuera, atraídos por la succión.

Por una extraña combinación, Conector no había caído tanto por la succión como por la fuerza gravitatoria que todavía no había sido afectada por la succión, de tal modo que no fue absorvido, se encontraba en un reducto de la convección que le mantenía sujeto a la fuerza gravitatoria centrífuga, que lo estaba expulsando de forma fulminante. Cayó precipitado al vacío con inusitada velocidad y lo siguiente que percibió fue el contacto con mi materia.

Apenas pudo apreciar tras de sí cómo sus compañeros avasallaron a los seres de las primeras coronas que habían resistido a la succión o se habían agazapado en algún recodo. Sólo llegó a sentir cómo la cuña de fuera hacia dentro trastocó toda la situación, ahora sus amigos estaban en la primera corona con todos los habitantes de la última corona, los del medio seguían en medio y los habitantes de las primeras coronas quedaron relegados a la última corona. La subversión se consumó.

Conector murió antes de percibir totalmente los cambios que se produjeron, pero intuía, por la simplicidad del mecanismo que estaba en el origen de las coronas, que el resto lo habrían contemplado como otro gran descubrimiento y obrarían bien al respecto. Por un momento, tuvo la esperanza de que sus compañeros deshicieran aquel esperpéntico mecanismo... También pudo adivinar la incredulidad del progenitor y su hueste, que perderían posición geográfica y estarían acechados por tipos cada vez enormes en la retaguardia.

Conector conocía a sus compañeros inquietos e impacientes, juguetones y burlones. Tanto daba cómo terminarían, confiaba en la convección perfecta, con la ayuda o no del mecanismo centrifugador, en un planeta sin coronas ni estúpidas limitaciones o convenciones estériles (él imaginaba fantasiosamente una versión mejorada del anterior estadio evolutivo, un edén de materia en la que nadar, sin gravedad). Lo lamentó dispersándose de cansancio y risa pánica, como un suicidio de satisfacción en el mismo momento de la muerte... ¡en una dimensión y un cuerpo extraño! (con el que logró entenderse).

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