Capítulo II. El descubrimiento


Los seres que allí vivían descansaban en unas casas a las que llamaremos gotas porque tenían una forma parecida a cómo nosotros dibujamos las gotas de agua cuando caen. Esta forma propiciaba su fijación, pues para evitar la fuerza gravitatoria se disponía una cuña en la punta superior que apuntaba hacia el centro del planeta. Con sistemas mecánicos y depósitos de vacío creaban una disfurcación del viento gravitatorio, que sorteaba el objeto por el conducto de vacío exterior y empujaba la gota por la parte posterior. Un mecanismo en la parte trasera cerraba el mecanismo de retención del vacío del interior de la gota: era la clave de bóveda y la puerta al mismo tiempo.

Mi invasor era un ser procedente de una corona central, situada en el punto medio entre las coronas centrales y las exteriores. En realidad era una corona intermedia “socialmente” hablando, porque -en términos geográficos- se encontraba en el tercio exterior del planeta, pues las coronas centrales eran amplísimas y copaban más de la mitad del espacio existente.

El progenitor de nuestro amigo era un manipulador, se dedicaba a la transformación y preparación de material para finalidades diversas, desde la alimentación hasta el transporte. Vivía cómodamente en una gota anexa a la gota de su progenitor, que era el manipulador más experto. Junto a él vivían los aprendices y admiradores del manipulador que desarrollaban tareas auxiliares. En otras profesiones, los seres no vivían juntos, sino que se asociaban por afinidad cognitiva o simplemente por la necesidad de vivir cerca de un proveedor, etcétera.

Los miembros de una asociación de manipuladores, como puede imaginarse, tienen una casa fantástica, bien cuidada y con los detalles de precisión que se adquieren con la práctica del trabajo. Por sus virtudes, esta asociación de manipuladores vivía en una corona bienestante.

Era normal que cada corona tuviera una asociación de manipuladores y de todas las otras profesiones. Generalmente, los vecinos de corona eran miembros con un nivel similar de habilidad en cada una de sus profesiones o tareas asumidas -y también de masa corporal y capacidades físicas. De este modo, si algún ser adquiría más pericia, podía ascender de corona de forma casi natural, pues era aceptado de buena voluntad por los miembros de la corona superior. Así, vivían en una corona u otra dependiendo de su virtuosismo y, evidente, su fidelidad al sistema de coronas, esto es, su respeto a los coronarios superiores y su reacción frente a los coronarios inferiores.

Los jóvenes de la edad de nuestro protagonista sólo consumían recursos y celebraban a diario la experiencia de vivir y aprender de su entorno aquellas funciones que pudieran asumir dentro de su corona. Tarde o temprano los seres encontraban la posición y el lugar adecuados (algo así como las ocupaciones); nuestro protagonista vivía el momento en el que decidía las tareas que asumiría -si no quería ser marginado o expulsado hacia una o varias coronas inferiores.

Ser hijo de un manipulador bien considerado significaba algo así como formar parte de una estirpe especial. Nuestro joven amigo no estaba realmente interesado en el oficio de los manipuladores, pues lo encontraba aburrido e ingrato. Como hijo y aprendiz de manipulador, había desarrollado una capacidad relacional que le permitía llevar a cabo cualquier tarea con habilidad siempre que la desarrollara en conjunto con otros seres. En definitiva, había aprendido a tratar con los clientes y proveedores de su progenitor y eso le permitía conocer a muchos otros seres, acordarse de sus capacidades y aprovecharlas en beneficio común. Y, sin embargo, no era capaz de encontrar una tarea o un conjunto de ellas para sí que le produjeran una satisfacción plena.

La capacidad para relacionarse con otros seres hacía de nuestro personaje un ser inquieto y centro, en muchas ocasiones, de la vida social. Gozaba de amistades en las coronas vecinas (malas amistades para los seres cercanos, si provenían de la corona inferior). El amor que nuestro amigo demostraba por los demás y el abundante tiempo que dedicaba al ocio molestaban enormemente a su progenitor, que en ocasiones le retiraba la atención, siendo éste un gesto de alta reprobación. Esta actitud podía preceder en determinadas ocasiones la expulsión de la corona propia e incluso de las coronas inferiores, si esa desatención era máxima porque se transformaba en rechazo colectivo súbitamente, pues el rechazo se comunicaba al resto de seres de la corona, que podían acabar por acompañar al rechazador en su repudio y, en consecuencia, ejecutar la expulsión.

El día en el que comenzaron los hechos que desembocaron en el desenlace que conocemos, nuestro personaje -sus congéneres le conocían como Conector, gracias a sus habilidades de sociabilidad- andaba irresuelto, despistado por los espacios más limítrofes de su corona, en la frontera con la corona inferior. Pensaba pasar el resto de la jornada en los “cúmulos” de la corona inferior, unas aglomeraciones populares festivas que se formaban de forma espontánea. Sabía, no obstante, que en cualquier momento podía concretarse el toque de queda.

El toque de queda era una medida de cierre temporal de fronteras que se decretaba cada jornada para permitir el descanso y para reprimir el tráfico de materia transformada. Suponía una prohibición de entrada de personas y materiales entre las coronas, que se hacía cumplir mediante dispositivos de vigilancia y represión. Apenas existían excepciones al toque de queda. Conector no había conocido una apertura por emergencia y sabía que si bajaba de corona no podría regresar hasta después del levantamiento del toque de queda. Generalmente, todas las coronas levantaban el toque de queda al mismo tiempo, sólo habían desajustes cuando los seres de las primeras coronas descansaban profundamente.

Al final, nuestro amigo se decidió a bajar a la corona inferior. La inicial diversión quedó truncada cuando empezaron a sucederse situaciones insostenibles. La culpa de todo lo tenía la materia “exogenada”, una sustancia que fabricaban cambiando su composición atómica -a través de procesos complejos, se aplicaba energía en determinados puntos para conseguir retenerla en el exterior y aislarla de la espesa materia interior. Se trataba de un material apoderante que corría por aquel planeta en cantidades limitadas.

En aquel cúmulo había seres que tenían materia exogenada en grandes cantidades y se mofaban de la carencia ajena. La mofa pasó lo aceptable. Algunos de los seres comenzaron a restregar su dorso contra los demás -una acción que sería el equivalente a restregar las nalgas- y a violentarse mutuamente, tal y como sucedían las peleas allí.

Conector era un ser amante de la eficiencia y las peleas eran justamente lo contrario de la eficiencia. Asistió a una escena deplorable que terminó con la expulsión de tres seres de entre los centenares de seres acumulados, de forma violenta y tal vez sin justificación, y así se convirtió en una escena doblemente deplorable e ineficiente.

En el mismo momento de acontecer las expulsiones, Conector se retiró hacia su corona con gran esfuerzo, completamente indignado. Cuando llegó a su gota se dio cuenta de que había cruzado la frontera en pleno toque de queda, pues su actitud había provocado la alienación de los miembros de su corona, que asistieron a su entrada en plena sumisión.

Conector estaba completamente estupefacto por su descubrimiento y reaccionó con normalidad, disimulando. Se dispuso a descansar con la idea rondándole la sensibilidad. Estaba ansioso por compartir su conocimiento, pero sabía que debía mantenerlo en el más absoluto secreto, ignorante de todas las consecuencias que se podían derivar.

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