Capítulo XII. La última corona


Todos habían ido cayendo desprendidos hasta constituir la nueva corona sin casi oposición, por eso la conocían así; en el fondo era una mofa, puesto que los seres expulsados se dejaban caer sin oponer resistencia a la fuerza gravitatoria, ante el miedo de la rapiña que se podía hacer de ellos.

Esto dio lugar a un error convectivo, puesto que unos seres tan grandes casi suspendidos mendigando residuos y nutriéndose de otros seres “de última corona”, constituían una incorrección física, una descompensación. Cundió la incertidumbre sobre el suceso, la sensación de desajuste, de inestabilidad; estaban todos como mareados y además sobrenarcotizados. Una última corona fina pero poblada de seres enormes y en suspensión de otros mucho menores... Debía ser algo más que raro. No era sólo un hecho inusual o extraño, era casi –o sin el casi- antinatural.

En cuanto acabó la “fiesta de celebración”, el toque de queda se estableció de forma automática por todas las coronas. En realidad era inútil ante la indignación, pero nadie lo sabía. Las cosas pudieron funcionar durante unas jornadas, pero pronto la situación empezó a empeorar, las provisiones se acababan y el viento gravitatorio era arbitrario, aquello empezaba a notarse desestabilizado.

Los desprendidos de la última corona estaban desestabilizando la convección y si se movían en una sola dirección podían originar nuevos vientos de presión que podían desencadenar un desajuste en el resto del planeta. Asimismo temían –incorrectamente- que pudieran crear una forma gravitatoria nueva, o dispersar todo el planeta si presionaban hacia afuera o hacia adentro.

Todos los seres del planeta permanecieron inmóviles pero inquietos a la vez (en nuestros parámetros podría ser algo similar al miedo, pero en su caso era una cuestión física, como tener que hacer un equilibrio casi imposible). Nuestros amigos estaban en peores condiciones, estaban suspendidos, como si estuvieran en las puertas del ultramundo, del abismo.

Aquella situación era anormal y complicada. A pesar de la quietud, cada vez era más raro el devenir de la convección y, por tanto, las reacciones de los seres y la evolución de la materia. Aquello era la antesala de la autoextinción, creyeron.

En esos momentos, Conector seguía “vagando” por decirlo de algún modo, porque aunque se desplazaba estaba totalmente quieto, con la suerte de haber colapsado bajo alguna parte del diámetro de un torrente de materia liquida y sobre una puntita de vacío donde a veces caían chapuzones de bienestar y fortalecimiento, que le sujetaban y le hacían subir (dirigirse en dirección al centro de la corona).

El torrente de Conector dejó de brotar en su dirección, y empezó a pedir una ayuda que escaseaba. Algunos de sus amigos de la corona inferior le ofrecieron alimento y tomó la determinación de acercarse a recibirla. Pronto se topó con el toque de queda y con el ya entonces nombrado agente aduanero Esforzado, que le divisó desde su atalaya y se dispuso a impedírselo: bajó a su encuentro cubriéndole de una extraña forma periférica y frontal, en clara posición de fagocitación, agresivo y violento. Esforzado utilizaba su posición para humillarle de nuevo abusando del poder que le había sido otorgado.

La inicial indignación de Conector se convirtió rápidamente en irritación. Esforzado trataba de impedirle la salida a Conector, cosa insólita, puesto que sólo se controlaban las entradas y nunca las salidas. Conector, totalmente irritado, agarró a los otros dos seres de la corona inferior y puso rumbo al centro. En ese mismo instante Intrépido, igualmente irritado que Conector, salió en su ayuda. El resto de los miembros de la corona exterior se unieron a Intrépido y empezaron a dirigirse al centro, abriendo un único flanco, totalmente enervados por todo lo sucedido, que habían seguido con atencióen la distancia.

Increíblemente, la fuerza que generó la irritación era superior a la que les ofrecía la indignación, puesto que por autoinsuflación empezaron a tomar energía que estaba disponible en el ambiente que había originado el desajuste.

La irritación empezó de forma espontánea e inmediata en dos frentes. Conector, desde su corona intermedia, había sido ayudado por sus amigos y seguía agarrado cuando empezó a dirigirse al centro; sus amigos le acompañaron, tan indignados como él y se agarraron a su vez a otros compañeros que habían presenciado el agravio y también se dispusieron a acabar con la situación de bloqueo imperante. De otro lado, los desprendidos acabaron por persuadir a todo ser con el que se encontraban, comunicándoles lo sucedido y lanzando gritos de rabia a raudales.

En realidad, el arrastre era innecesario y supérfluo, porque todos tiraban hacia dentro al unísono y con el mismo ánimo, con más fuerza los que más oprimidos estaban (esto es, los seres de las coronas exteriores), puesto que las condiciones habían empeorado mucho para todos desde siempre.

En realidad, tanto por el efecto de la gravedad como por efecto de las políticas restrictivas de las primeras coronas, las coronas centrales habían adquirido cada vez más tamaño, haciendo a su vez más grandes el resto de las coronas. El otro efecto que causaban estas políticas interiores era que las coronas eran cada vez más estrechas y los seres vivían cada vez más oprimidos, físicamente hablando, les estaban chafando “a fuego lento”, o a energía latente, como “decían” ellos.

Esta vez nada podía detener la indignación de Conector y los que decidieron acompañarle, porque la irritación se reproducía y se multiplicaba: la irritación era originalmente revulsiva.

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