Capítulo I. El planeta de las coronas


Me dirigía hacia casa después de una tarde movida, cansado y medio borracho, cuando el eje de los pedales de mi bicicleta se rompió. En menos de un segundo ya estaba en el suelo, me había golpeado la cabeza con el suelo. De repente, mientras yacía en el suelo, sentí una sensación extraña, como un aumento de presión y llegaron a mi cerebro una infinidad de conocimientos. Comprendí que algo había penetrado en mi cuerpo. Lo que sucedió era tan simple de comprender como difícil de asumir: un ser extraterrestre entró en mi cuerpo y permaneció dentro mío el tiempo necesario para transmitirme todas sus experiencias, apenas milésimas de segundo, incluso menos.

El ser que llegó a poseerme había llegado procedente de un extraño planeta. Entró en mí y murió casi al acto. Mantuvo la vida el tiempo justo para cruzar su destino con el mío y revelarme la historia de su civilización.

Se trata de una civilización que habita un planeta cuya fuerza gravitatoria es centrífuga. Este planeta se encuentra en una galaxia muy amplia y caótica. Sus planetas y asteroides están formados por materiales diferentes a los nuestros, con la extraña peculiaridad de que cada uno de ellos está formado por un único material, en sus diferentes estados, y con diferentes cúmulos de energía distribuidos de forma dispar.

El planeta en cuestión estaba poblado de vida, siendo el único de la galaxia en haber desarrollado una forma de vida consciente. Estos seres no pueden poblar el resto de los planetas, por la simple razón de que no se componen del mismo material del que están formados y que estos seres necesitan renovar continuamente para sobrevivir. Un material que no existe en otro lugar del universo. Fuera de su planeta, estos seres no pueden alimentarse y se van desintegrando a medida que su energía mengua, al no tener combustible renovado. Nada puede mantenerlos en vida mucho tiempo. El material del que están hechos no podría fusionarse con otra composición química que no sea la propia. Eso fue lo que le sucedió a mi invasor: en un lapso ínfimo de tiempo atravesó galaxias hasta que se topó con una materia extraña -mi cuerpo- que lo acabó de matar, no sin antes depositar su energía y sus conocimientos en mi cerebro.

Los seres que habitan el planeta de mi invasor se componen de un porcentaje alto del material del planeta y un porcentaje menor de energía. Tienen un único sentido que les permite percibir lo que sucede alrededor, de forma análoga a las ondas hertzianas y digitales, pero de una forma irregular e inestable, hasta encontrar el receptor de la comunicación. De algún modo cifran la información, lo que les permite comunicar lo que quieren a los otros seres que elijan e impedir al resto que intercepten la comunicación. Se trataría de una especie de telepatía que dominan a su antojo.

El planeta de mi invasor albergaba una civilización consolidada, y organizada de acuerdo con un sistema de coronas. El centro del planeta goza de una alta concentración del material y alojarse en el centro del planeta es tan placentero como difícil. Difícil por tres motivos: en primer lugar, porque habituarse a la tipicidad de la fuerza gravitatoria y la alta concentración del material en estado gaseoso necesita una adaptación gradual, sin la cual, el cuerpo experimentaría cambios físicos imprevistos; en segundo lugar porque hay que estar consumiendo infinidad de energía para pujar y mantenerse en el centro, y esta energía sólo puede conseguirse con altas dosis de consumo del material en cuestión; en tercer lugar, porque los seres que se alojan en cada una de las coronas tratan de defender su posición para gozar de la concentración que les ofrece su corona, lo que supone, al mismo tiempo, impedir al resto de seres alojarse en su corona.

Cada corona, para entendernos, conforma una comunidad diferente con una identidad y unos códigos propios; cada corona es un país o, más bien una clase social. En las últimas coronas la concentración del material es muy pobre y toda la energía se gasta en buscar más material, navegando con penuria por el vacío buscando “burbujas” de material, que viaja a la deriva, y en mantener la posición sin caer al vacío. El poco material que llega a la corona exterior es el alimento de los seres que por allí merodean. El centro, en cambio, es la opulencia absoluta, la extrema abundancia.

Evidentemente, todos los seres aspiran a penetrar hasta el centro y tratan de impedir al resto avanzar en las coronas, salvo contadas excepciones. Normalmente cada corona dispone de un sistema de vigilancia con puestos organizados que cuentan constantemente con una guardia o policía exterior que, por turnos, se sitúa en el exterior de la corona y extermina a todo aquél que quiera cruzar la frontera sin gozar de la legitimidad precisa.

Los cambios de corona necesitan de un acto de autorización, que sólo se puede dar por la unanimidad de los miembros de la corona. Cuando esto se produce, los seres de la corona pretendida realizan un acto de alienación en el que se autoinmobilizan y ven las cosas desde el interior de sus cuerpos sin poder intervenir durante el breve espacio de tiempo en el que el invitado pasa a integrarse en la corona, de forma definitiva. La alienación se rompe en el momento en el que cesan las condiciones que la provocaron, por ejemplo, si algún otro ser pretendiera colarse en la corona. En muy pocas ocasiones el acto de alienación es unánime y, cuando eso sucede, la corona tiene un nuevo miembro.

Las coronas tienen amplio espacio para muchos seres pero, por cuestiones de bienestar, las coronas suelen mantener unos porcentajes de población por espacio determinadas, que varían dependiendo de las coronas: las centrales están casi desiertas, las exteriores superpobladas; en las coronas exteriores la hambruna es común y la aniquilación del vecino es un medio de supervivencia; esto hace que cuanto más cerca se está del centro más consideración se tiene por los miembros de la misma corona y esta situación ayuda a forjar lazos de comunidad, que apenas existen en las coronas exteriores, donde los seres son más mezquinos.

Capítulo II. El descubrimiento


Los seres que allí vivían descansaban en unas casas a las que llamaremos gotas porque tenían una forma parecida a cómo nosotros dibujamos las gotas de agua cuando caen. Esta forma propiciaba su fijación, pues para evitar la fuerza gravitatoria se disponía una cuña en la punta superior que apuntaba hacia el centro del planeta. Con sistemas mecánicos y depósitos de vacío creaban una disfurcación del viento gravitatorio, que sorteaba el objeto por el conducto de vacío exterior y empujaba la gota por la parte posterior. Un mecanismo en la parte trasera cerraba el mecanismo de retención del vacío del interior de la gota: era la clave de bóveda y la puerta al mismo tiempo.

Mi invasor era un ser procedente de una corona central, situada en el punto medio entre las coronas centrales y las exteriores. En realidad era una corona intermedia “socialmente” hablando, porque -en términos geográficos- se encontraba en el tercio exterior del planeta, pues las coronas centrales eran amplísimas y copaban más de la mitad del espacio existente.

El progenitor de nuestro amigo era un manipulador, se dedicaba a la transformación y preparación de material para finalidades diversas, desde la alimentación hasta el transporte. Vivía cómodamente en una gota anexa a la gota de su progenitor, que era el manipulador más experto. Junto a él vivían los aprendices y admiradores del manipulador que desarrollaban tareas auxiliares. En otras profesiones, los seres no vivían juntos, sino que se asociaban por afinidad cognitiva o simplemente por la necesidad de vivir cerca de un proveedor, etcétera.

Los miembros de una asociación de manipuladores, como puede imaginarse, tienen una casa fantástica, bien cuidada y con los detalles de precisión que se adquieren con la práctica del trabajo. Por sus virtudes, esta asociación de manipuladores vivía en una corona bienestante.

Era normal que cada corona tuviera una asociación de manipuladores y de todas las otras profesiones. Generalmente, los vecinos de corona eran miembros con un nivel similar de habilidad en cada una de sus profesiones o tareas asumidas -y también de masa corporal y capacidades físicas. De este modo, si algún ser adquiría más pericia, podía ascender de corona de forma casi natural, pues era aceptado de buena voluntad por los miembros de la corona superior. Así, vivían en una corona u otra dependiendo de su virtuosismo y, evidente, su fidelidad al sistema de coronas, esto es, su respeto a los coronarios superiores y su reacción frente a los coronarios inferiores.

Los jóvenes de la edad de nuestro protagonista sólo consumían recursos y celebraban a diario la experiencia de vivir y aprender de su entorno aquellas funciones que pudieran asumir dentro de su corona. Tarde o temprano los seres encontraban la posición y el lugar adecuados (algo así como las ocupaciones); nuestro protagonista vivía el momento en el que decidía las tareas que asumiría -si no quería ser marginado o expulsado hacia una o varias coronas inferiores.

Ser hijo de un manipulador bien considerado significaba algo así como formar parte de una estirpe especial. Nuestro joven amigo no estaba realmente interesado en el oficio de los manipuladores, pues lo encontraba aburrido e ingrato. Como hijo y aprendiz de manipulador, había desarrollado una capacidad relacional que le permitía llevar a cabo cualquier tarea con habilidad siempre que la desarrollara en conjunto con otros seres. En definitiva, había aprendido a tratar con los clientes y proveedores de su progenitor y eso le permitía conocer a muchos otros seres, acordarse de sus capacidades y aprovecharlas en beneficio común. Y, sin embargo, no era capaz de encontrar una tarea o un conjunto de ellas para sí que le produjeran una satisfacción plena.

La capacidad para relacionarse con otros seres hacía de nuestro personaje un ser inquieto y centro, en muchas ocasiones, de la vida social. Gozaba de amistades en las coronas vecinas (malas amistades para los seres cercanos, si provenían de la corona inferior). El amor que nuestro amigo demostraba por los demás y el abundante tiempo que dedicaba al ocio molestaban enormemente a su progenitor, que en ocasiones le retiraba la atención, siendo éste un gesto de alta reprobación. Esta actitud podía preceder en determinadas ocasiones la expulsión de la corona propia e incluso de las coronas inferiores, si esa desatención era máxima porque se transformaba en rechazo colectivo súbitamente, pues el rechazo se comunicaba al resto de seres de la corona, que podían acabar por acompañar al rechazador en su repudio y, en consecuencia, ejecutar la expulsión.

El día en el que comenzaron los hechos que desembocaron en el desenlace que conocemos, nuestro personaje -sus congéneres le conocían como Conector, gracias a sus habilidades de sociabilidad- andaba irresuelto, despistado por los espacios más limítrofes de su corona, en la frontera con la corona inferior. Pensaba pasar el resto de la jornada en los “cúmulos” de la corona inferior, unas aglomeraciones populares festivas que se formaban de forma espontánea. Sabía, no obstante, que en cualquier momento podía concretarse el toque de queda.

El toque de queda era una medida de cierre temporal de fronteras que se decretaba cada jornada para permitir el descanso y para reprimir el tráfico de materia transformada. Suponía una prohibición de entrada de personas y materiales entre las coronas, que se hacía cumplir mediante dispositivos de vigilancia y represión. Apenas existían excepciones al toque de queda. Conector no había conocido una apertura por emergencia y sabía que si bajaba de corona no podría regresar hasta después del levantamiento del toque de queda. Generalmente, todas las coronas levantaban el toque de queda al mismo tiempo, sólo habían desajustes cuando los seres de las primeras coronas descansaban profundamente.

Al final, nuestro amigo se decidió a bajar a la corona inferior. La inicial diversión quedó truncada cuando empezaron a sucederse situaciones insostenibles. La culpa de todo lo tenía la materia “exogenada”, una sustancia que fabricaban cambiando su composición atómica -a través de procesos complejos, se aplicaba energía en determinados puntos para conseguir retenerla en el exterior y aislarla de la espesa materia interior. Se trataba de un material apoderante que corría por aquel planeta en cantidades limitadas.

En aquel cúmulo había seres que tenían materia exogenada en grandes cantidades y se mofaban de la carencia ajena. La mofa pasó lo aceptable. Algunos de los seres comenzaron a restregar su dorso contra los demás -una acción que sería el equivalente a restregar las nalgas- y a violentarse mutuamente, tal y como sucedían las peleas allí.

Conector era un ser amante de la eficiencia y las peleas eran justamente lo contrario de la eficiencia. Asistió a una escena deplorable que terminó con la expulsión de tres seres de entre los centenares de seres acumulados, de forma violenta y tal vez sin justificación, y así se convirtió en una escena doblemente deplorable e ineficiente.

En el mismo momento de acontecer las expulsiones, Conector se retiró hacia su corona con gran esfuerzo, completamente indignado. Cuando llegó a su gota se dio cuenta de que había cruzado la frontera en pleno toque de queda, pues su actitud había provocado la alienación de los miembros de su corona, que asistieron a su entrada en plena sumisión.

Conector estaba completamente estupefacto por su descubrimiento y reaccionó con normalidad, disimulando. Se dispuso a descansar con la idea rondándole la sensibilidad. Estaba ansioso por compartir su conocimiento, pero sabía que debía mantenerlo en el más absoluto secreto, ignorante de todas las consecuencias que se podían derivar.

Capítulo III. Proceso de reflexión


Al día siguiente -esto es, después del siguiente periodo de descanso- ni tan siquiera entabló comunicación con otros seres. Las pocas llamadas telepáticas que recibía las despachaba con rapidez, no tenía el día para tonterías: había realizado un gran descubrimiento, un método para traspasar las coronas ¡incluso en pleno toque de queda!

Por lo que conocía Conector, los seres sólo se alienaban en momentos concretos de forma voluntaria, mientras que el descubrimiento se refería más bien a un acto reflejo. Sin que nadie lo supiera, estos actos reflejos también eran frecuentes, aunque no cotidianos. Eran muchas las dudas que se amontonaban en su interior. Pasó casi todo el tiempo junto a su progenitor y los otros manipuladores, observando cómo manufacturaban lo que para nosotros serían mojones.

El procedimiento, fatigante, se repetía una y otra vez: se tomaba un émbolo y se cubría bien fuerte con material también sólido, y se generaba un espacio de vacío que después se rodeaba por la base del objeto, colocando el sistema de cierre. Según este procedimiento se fabricaban la mayoría de sus objetos: las gotas (sus propias casas o los refugios -muchos seres no tenían un lugar central donde descansar, sino varios de ellos distribuidos dependiendo de sus actividades, en ocasiones compartidos), los medios de locomoción, los descansillos que había por doquier con aportaciones artísticas incluso, ...

Y el procedimiento se repetía una y otra vez: cubrir émbolo, generar vacío, cerrar; cubrir émbolo, generar vacío, cerrar; así una y otra vez. Conector los miraba trabajar: cuanto más observaba a los manipuladores más le sobrevenían las dudas y las preguntas... hasta que caía preso de la sicosis que le producían sus ideas entorno a tan ingenioso y peligroso descubrimiento. Se volvía loco y actuaba de forma incoherente; los demás pensaban que estaba atontado o drogado y se disponían a llamarle la atención cuando se marchó en busca de un ambiente más “fresco”.

Se encontró con sus amigos de corona, que iban aquí y allá buscando algún empleo efímero para comprar sustancia exogenada, como de costumbre. Conector no encontraba a su buen amigo, no respondía a sus llamadas. ¿Dónde se habría metido? Más tarde descubriría que estaba visitando una “torre de control” en busca de empleo, una de las funciones que Conector más detestaba, como la gran mayoría de los seres, excepto la minoría que aceptaba estos empleos.

El amigo de Conector -conocido como Esforzado, porque era un ser muy voluntarioso y entregado a sí mismo y a los demás- no era un gran amante del orden de coronas pero, al fin y al cabo, su progenitor ejercía de vigía con gran orgullo. Los seres que aceptaban esa dedicación se engañaban pensando que eran más cuantiosas las ocasiones en las que ayudaban a sus congéneres que las veces en que el trabajo resultaba ingrato.

El progenitor de Esforzado siempre trataba de convencerles de las bondades de la tarea, basada en obtener los aranceles por el paso de la mercancía para repartirlos entre los miembros más necesitados de la corona de acuerdo con el 'sentir común' de la corona. El sentimiento colectivo o 'sentir común', era una especie de consenso que se lograba de forma espontánea, sin formalidad alguna en el mismo momento de darse un problema colectivo -y los aranceles lo eran. Se trataba de una fórmula que iban corrigiendo mediante telepatía y que tenía un reducto físico, pues los seres se posicionaban de una u otra manera para emitir la señal de corriente eléctrica.

Se trataba, en definitiva una respuesta sencilla, concreta, que se formulaba con una operación compleja construida de forma colectiva, ajustándose a unas fórmulas con las que calculaban la masa que pretendía traspasar la frontera -sólo se escrutaba el tráfico hacia coronas interiores, o superiores- y su equivalente en proporción al de la corona entera y otros parámetros de convección. La solución alcanzaba plena validez por consentimiento o aquiescencia de todos excepto un miembro de la corona, y esto sucedía constantemente en el caso de los aranceles. Todos los miembros de la corona participaban en el cálculo, la recaudación y en el reparto de los aranceles. Era algo así como si a todo el material, incluidos los viajeros, se le designara un impuesto, y se les expropiara en el mismo acto de la cuantificación. En caso de repudio por parte del pretendido visitante, el consenso se detenía y se le devolvía la materia, expulsándolo de la corona.

Como los seres no solían interesarse en esta cuestión se trataba de una falacia en la que casi todos asistían a la propuesta del vigilante, que solía ser exacta, y sin embargo elevada, en todos los casos. La cuantía de los aranceles impedía viajar por las coronas en plena libertad y, normalmente, impedía incluso salir de la propia corona.

Esforzado encontraba muy aburrida esta función, sin ninguna gratificación personal pero al fin y al cabo era entretenida. Conector la juzgaba despreciable, resultando ser constantemente el único disidente que daba validez al falso consenso, alternándose en la disconformidad con otros seres, generalmente despreciados por el resto de miembros de la corona.

Conector y el resto de disidentes consideraban la función de vigilancia como el causante directo del malestar “económico” y “cultural” -por decirlo de alguna manera- de las coronas inferiores. La encontraban corrupta y mezquina, incluso en el reparto comunitario de los aranceles, la repelían (físicamente hablando, incluso). “Ese consenso no es más que una mentira, que todos consentimos porque no conocemos la auténtica y genuina proporción, la posición correcta de los flujos. Habiendo como hay material en abundancia en las coronas superiores, ¿por qué tenemos que repartirnos nosotros las migajas?”, solía argumentar en clandestinidad. En realidad tenía razón, el sistema de coronas perpetuaba la miseria de muchos seres sin justificación e impedía el libre movimiento de los seres.

Conector pensaba que eliminando los aranceles, y librando el material a su flujo natural todos los seres podrían llegar a ser prácticamente iguales en volumen, que la libertad de movimiento -en nuestro lenguaje- no sólo era posible sino más neutra, más limpia y más bella, fluctuante. Al fin y al cabo, si toda la materia fluyera en libertad, no sería necesario estar en uno u otro lugar del planeta porque todos los lugares tendrían suficiente alimento y materia; cada rincón podría ser un paraíso de diversión y algo de trabajo eficiente. El ideal de Conector era posible, solamente habría requerido una única frontera exterior para evitar la pérdida de materia, que en el sistema de coronas se mantenía por la necesidad de buscar alimento más adentro, más arriba, por parte de los seres de las últimas coronas.

La abundancia de material en el centro hacía que los seres fueran más grandes, más robustos y más longevos (y muchos de ellos inmortales por invulnerables). Conector no sólo sabía de ellos sino que los había conocido directamente en visita acompañando a su progenitor como aprendiz del taller, que contaba con importantes clientes en unas centenas de coronas más adelante. Casi les repudiaba, casi; y tanto mejor, porque si su repudio era descubierto, le podrían haber hecho retroceder unas cuantas coronas, hasta que el rumor de su fama se hubiera desvanecido.

Por el momento Conector no sabía que Esforzado se encontraba de visita en la torre de control. Bajó una corona y el trasiego era mayor. Después de lo sucedido la noche anterior, nadie estaba satisfecho allí; en actitud totalmente sumisa, todos trabajaban en sus puestos habituales, con total normalidad; no había entretenimiento para un coronario superior, así que decidió volver.

De camino a casa se distrajo tanto como pudo contemplando las diferentes funciones (¡todavía había funciones que desconocía!). Pero todo esfuerzo resultaba inútil, una y otra vez se le planteaban los interrogantes: cuánto duraría la alienación, si tendría un límite temporal o de coronas, si la alienación también se detenía en algún punto o si era como la expulsión, que se detenía en un punto natural (cuando se desvanecía el conocimiento del agravio por los demás seres), ...

Ninguna pregunta de las que se hacía tenía una mínima respuesta, sino que daba lugar, opuestamente, a nuevas dudas. La historia se le empezaba a hacer grande y no quería -¡no sabía si podía!- compartirla. Muchas, muchas dudas...

En el fondo se trataba de dudas importantes y que nunca lograría resolver. Intentó, por un instante, preguntarle a su progenitor y al resto de manipuladores del taller sobre su descubrimiento, sin desvelar el verdadero sentido de la historia, aunque tuvo que dar demasiadas vueltas para explicarlo. Su progenitor se encontraba junto al resto de manipuladores y Conector lanzó la pregunta.

Les preguntó algo así como qué harían si descubrieran un método de manipulación más eficiente al que utilizaban. Todos coincidían en la misma respuesta, bueno dos respuestas. Primero, que no existe otro método de manipulación; segundo, que si existiera ahora mismo habitarían una corona superior. Entonces empezaban a bromear con los lujos y placeres de más que podrían tener, totalmente imposibles, claro (reproduciré sus comunicaciones con diálogos, pero no son más que vulgares transcripciones de la comunicación teatral que realizaban):
– ¡Ea, entonces a inventar un nuevo método, a prisa! -decía uno a la vez que palpitaba, como de risa.
– Cuando lo hayamos conseguido, estaremos en la última corona y ya sabéis lo que dicen, que más allá sólo hay abismo, tal vez cuando lo inventemos ya nos estaremos precipitando en el vacío, pero gritaremos bien fuerte mientras morimos: “¡hemos inventado un nuevo método de manipulación de materiales!”-bromeaba otro, como si fingiera creer que entre todos les fueran a agradecer el descubrimiento expulsándolos a la última corona, despreciando su invención, una reacción absurda e imposible, para entendernos; no podían parar de palpitar...

Dado que no eran capaces de imaginar otro método de manipulación, seguían bromeando: a un aprendiz se le ocurrió proponer la empresa de prometer la invención de un nuevo método de manufactura a los miembros de la primera corona -que constituían un verdadero enigma para la mayoría de los seres del resto de coronas- a cambio de vivir en la primera corona hasta el momento de la invención.

Las bromas eran cada vez más exageradas, y ridiculizaban tanto a Conector que acabó marchándose por segunda vez. Vagó un rato y se detuvo en un descanso solitario de gran belleza y efecto, manufacturado por un ser anónimo, con vacío dinámico en casi todos sus extremos que conseguían adecuarse al entorno en infinitud de formas moldeables según el interés o la propia interacción del visitante. Era plácido y, en su regazo, consiguió dejar la mente en blanco en relación con aquel asunto. Intentó abstraerse por un momento para dejar de pensar en el descubrimiento. Justo en ese momento en el que ya no pensó en nada, la idea llegó por su propia voluntad, se compuso sola. Sin embargo, todavía descansó un largo rato.

Capítulo IV. Código y séquito


Las combinaciones de posibilidades se formularon plácidamente y había encontrado dos elementos indispensables para compartir su descubrimiento: un código y un séquito. El Código consistía en una forma de comunicación del descubrimiento, una especie de “baile” que explicase el descubrimiento y la propuesta de Conector, de tal forma que nadie supiera de qué hablaba exactamente hasta que pudiera comprenderlo -en el sentido de figurarlo, de completarlo- por sí mismo, esto es, hasta que pudiera contemplar como posible la incursión en las coronas superiores y la rotura o desactivación del sistema de coronas, una especie de función teatral a la que denominó “locura”, en honor a la sicosis que le había causado el descubrimiento los primeros días.

Tendría que elegir con cuidado las víctimas amistosas de su locura si quería llevarlos hacia el descubrimiento. El problema consistía en que no podía escogerlos, incluso debía ocultárselo, por ejemplo a Esforzado o los manipuladores. Repetiría su locura en los cúmulos y trataría de encontrar un momento para completar la secuencia, liberar el código y explicar el descubrimiento si el otro ser no se excitaba en exceso.

Nosotros podemos imaginar que Conector pretendía colonizar el centro y crear una convección diferente, atrayendo a todo aquel que, indignado, quisiera invadir coronas superiores. El problema radicaba en que los seres de las coronas superiores eran enormes, casi gigantescos.

Una opción intermedia era establecer en el centro una pequeña colonia de resistentes e ir llamando a otros seres conforme la avanzadilla se hubiera atrincherado. Como era casi imposible, la idea de Conector sobre qué hacer con el descubrimiento acabó pareciéndose más a un ataque que a una guerra o un proceso de colonización. Él no sabía que cuando despertaran los seres de las primeras coronas los atacantes podían ser eliminados por cientos pero aún sin saberlo tenía dudas, desconfiaba del descubrimiento. Creía poder estar cometiendo el error de originar una extraña “guerra”, más que una colonización. Eso le causaba confusión y temor, tormento.

Al final acabó decidiéndose por reclutar muchos seres y proponer ataques “de exploración” para testear una posibilidad de un ataque masivo. Cabía esperar que aquello podía originar desde una alteración de fuerzas desconocida hasta un patético asesinato masivo, ... había miles de posibilidades y ninguna halagüeña.

La elaboración del plan y la composición de la locura duraron sólo un instante, la idea le vino como un rayo, por infusión: la fuerza gravitatoria que originó en el descanso acabó por solucionar el equilibrio que le dio la respuesta, basada en la comprensión de las formas básicas. Esto es, en la relajación que buscaba al dejar de pensar encontró un equilibrio allí mismo que se proyectó en él, como rebotándole y dándole la respuesta. Tenía que evocar el planeta de las coronas (una esfera perfecta) y haciendo anillos mostrar las coronas y luego agujerearlas como si algo las penetrara de fuera a dentro. Todo ello con formas no esféricas, pues no convenía mostrar el mensaje con total claridad, sino en representaciones piramidales, cúbicas, …

Como decíamos, después de componer la locura se quedó a descansar. Una vez compuso su imagen perfecta de la “locura” para comunicarla a los demás -y después de mucho entrenamiento- no dudó en probarla por primera vez. Aprovechó el tiempo del jolgorio en la segunda corona superior a la suya junto a unos transportistas de sustancias compactas, caracterizados por su minuciosidad y una característica actitud de “silencio”, ligeramente mayor a la de los manipuladores. También se les conocía por su rigidez en el cumplimiento de los pagos arancelarios y su ingenuidad, que resultaba beneficiosa para los vigías, que podían proponer un consenso al alta, a disgusto de los clientes de los transportistas.

La “locura” de Conector consistía en una composición de las que solían representar frente a los amigos o conocidos, una forma artístico-lúdica de “hablar” y jugar con los demás. Eran unos juegos de percepción en los que el propio cuerpo se convertía en infinitas formas y texturas, algo parecido a los colores, escenificando una descomposición o cambiando su propio estado por regiones del cuerpo, dándoles o quitándoles energía, de forma muy rápida. Eran como representaciones teatrales contextuales. Normalmente consistían en críticas burlonas de las funciones o de ciertos personajes (frecuentemente los vigías) o en narraciones fantasiosas o reales pero adornadas con mil argucias.

Conector jugaba con las figuras geométricas básicas, las primeras que se aprenden al adquirir consciencia, que insertaba en otros relatos de forma intermitente. De este modo Conector reproducía la forma y composición de las coronas con su cuerpo. Finalmente hacía una explosión de dispersión y avance, como expulsar la propia piel y luego recomponerse avanzando. Este último recurso estaba evocando, ocultamente, el resultado que Conector asignaba a la indignación, esto es, permitirles avanzar en las coronas e incluso asestar un golpe definitivo al sistema de coronas.

Se trataba de unas composiciones tan elementales que no cuadraban en el resto del relato de Conector por su carácter básico -nosotros diríamos infantil. Finalmente resultó que provocaban una reacción de risa pánica. La risa pánica se producía al relajar intermitentemente el propio cuerpo de puro placer hasta que acababa por dispersarse por impulsos, palpitando. La risa -físicamente, la dispersión- podía llevar a la desintegración, la muerte; para evitarlo se activaba una alerta innata de repliegue -el pánico- que volvía a unir el cuerpo. Era una risa -literal y potencialmente- de muerte, puesto que si el placer era máximo, podía no llegarse a tiempo para el repliegue. Un par de los transportistas llegaron a temblar de pánico pero en modo alguno comprendieron el mensaje y tampoco la explosión final. Sin embargo les gustó, lo que aseguraba a Conector un segundo intento de realizar la locura.

Cuando volvía a su gota pensaba en sus dos nuevos amigos. El de mayor tamaño parecía un tipo con compromiso y firmeza, sin obsesión porque no la necesitaba, simplemente mostraba su capacidad de obstinación. Era un tipo Rapaz, puesto que se situaba bien en posición de avance mostrando su obstinación, impidiendo el ataque procedente del inferior y bien posicionado hacia el centro, firme, como dispuesto a coger su parte de lo que estuviera en juego. Rapaz nunca necesitaba ayuda porque tampoco solía desear grandes caprichos, tomaba lo que le correspondía por su valor intrínseco (el suyo propio, conocido por si mismo y los demás). Para Conector constituía un tipo de su confianza y admiración. El amigo de Rapaz era conocido por ser Disperso. Se le conocía con ese nombre porque se dispersaba sin cansancio, era un risueño bufón y bravucón, siempre “riendo”, dispersándose de placer.

Conector iba repitiendo su locura en las reuniones a las que asistía y solía tener buena repuesta pero, por supuesto, nadie lo entendía. Muchos lo creían tonto e incluso algunos dudaban de su capacidad para vivir en la corona en la que vivía. Entre ellos, los asistentes comentaban la actitud de Conector: unos desconfiaban, otros lo creían ingenioso, y la mayoría guardaba altas dosis de incertidumbre.

La locura empezaba a surgir efecto. Todos le creían raro y le trataban como tal. Conector temió por la efectividad de su plan basado en la “locura” tras las primeras repeticiones ante Rapaz, Disperso y otros con los que coincidía por azar. Al principio encontró una cerrazón por respuesta. Generalmente, causaba una gran confusión entre la mayoría.

Rapaz le requirió de vuelta a casa:
– No deberías repetir el baile geométrico, ¿o quieres que te tengan por loco?;
– No me importa que me traten por loco, a ti te gusta -contestó Conector;
– Bueno, la primera vez lo encontré un delirio extravagante y no pude contenerme pero, en realidad me das pena -Rapaz empezó a sospechar que las cosas empezarían a empeorar con Conector;
– ¿No entiendes nada, cierto? -intrigó Conector;
– Bueno, la forma básica me da una sensación de conocimiento, pero es que es la base de nuestra existencia, las gotas son redondas si las miras desde abajo o desde arriba. Claro que todos los objetos guardan una relación lejana con las formas básicas pero son tan básicas que nadie les debería prestar atención, ni siquiera son funcionales... -Rapaz no sabía ya cómo contener su rabia, se desesperaba-, no sé por qué lo haces, pero estás arriesgando tu cordura y ¿sabes qué les sucede a los que pierden la cordura, no?;
– Pues que me expulsen tres veces nuestro mundo más allá si es necesario, no siento duda en admirar nuestras formas básicas -en ese momento pensó en realizar la acrobacia final y librar el código pero no podía confiar tanto en los primeros encuentros.

Pasó jornadas y jornadas invocando su locura con mucha cautela, temiendo acabar como los que pierden la cordura, esto es, expulsados del planeta o hasta la última corona, que si no suponía la muerte al menos provocaba una agonía existencial larga.

La expulsión era un proceso en el que participaban todos los seres del planeta que veían pasar a un loco desprenderse del planeta por el efecto de la expulsión máxima y, si podían, contribuían al escarnio empujándole con más fuerza todavía o desviándole para que no encontrara otros obstáculos mayores o inmóviles. Se trataba de una fiesta macabra y tremendamente popular, como un asesinato colectivo, como una defenestración en común.

Cuando el ser ya se había desvanecido en el vacío exterior o se había detenido en alguna de las últimas coronas -todo dependía de la gravedad de la acción que había ocasionado la expulsión- empezaba el espectáculo: la materia exogenada corría a raudales desde las coronas superiores. En ocasiones, y dependiendo de quién fuera el expulsado o el motivo de la expulsión, incluso se celebraban festejos descomunales; en definitiva, los seres de las coronas superiores subvencionaban la intoxicación en aquellos momentos, lo que explicaba la proclividad por este tipo de actitudes y su carácter tradicional. Aunque no eran cotidianas, estas expulsiones se sucedían con frecuencia.

Capítulo V. La primera confesión


Conector sabía que su código no podía basarse solamente en su locura, que debía apoyarse en otros elementos para llegar a crear un espacio de confidencialidad; de lo contrario, sólo podía arriesgarse a contar el secreto sin seguridad. Eso podía funcionar con algunos de sus conocidos, pero no con todos. Pensó todas las posibilidades: bajar a coronas inferiores y buscar otros seres más perjudicados por el sistema de coronas o abordar a alguien agraviado y convencerlo para que se vengara, pero ninguna opción le parecía interesante, empezaba a verse atrapado.

Finalmente se decidió a revelar el secreto con cautela y el único que parecía comprensivo con las representaciones era Rapaz. Conector ejecutó un plan elaborado minuciosamente para ganarse la confianza de Rapaz y Disperso. Les engañó diciéndoles que quería trabajar de transportista. Al principio, Rapaz y Disperso no lo creyeron, puesto que Conector parecía tener capacidades de negociación más que de transporte, pero no le pusieron muchas pegas y lo incorporaron al grupo de transportistas de su corona. No le fue difícil incorporarse al empleo, pero no imaginaba lo complicado que sería aquel trabajo, puesto que requería una gran habilidad para posicionar las mercancías en los vagones de transporte, que debían ser perceptibles, todas ellas, a los guardianes.

De vez en cuando, Conector volvía a repetir sus formas básicas, aunque afinando más en la ejecución, mostrándola más familiar o adaptada al lenguaje de estos seres. Estaba arriesgándose demasiado, pero sólo con Rapaz, Disperso y otros amigos afines. Disperso y los demás ya habían asumido esa locura y se la justificaban a sí mismos como contrapartida a alguna otra habilidad que debía ocultar. No tardó mucho Rapaz en interrogarle al respecto:
– Amigo, ¿algún día me vas a explicar cuál es tu secreto, cuál es esa habilidad que escondes? Sé que tu matriz es manipulador... -Rapaz conocía por referencia a la matria (materia prima), al progenitor de Conector y también conocía su reputación como manipulador, por lo que creía que Conector escondía algo; no se imaginaba, sin embargo, el verdadero secreto de Conector.
– ¿Cómo? ¿A qué te refieres? -le espetó Conector con suma prudencia.
– Ya sabes a qué me refiero, vamos, explícamelo -ni de lejos imaginaba Rapaz cuál era la habilidad con la que contaba Conector.
– Si no lo sospecharas, no me lo preguntarías -se inquietó Conector, sorprendido por la tranquilidad que mostraba Rapaz ante el alto riesgo que, sin saberlo, corría al hacer esas preguntas.
– Bueno, es algo más que una sospecha, es una certeza indefinida -en ese momento Rapaz imitó las locuras de Conector, como para ganarse su confianza.
– Debes asegurarme –contestó Conector- que no me arrojarás hacia abajo si te lo digo -Rapaz ya desconfiaba.
– Te lo aseguro, tienes mi compromiso -aseveró Rapaz, perdiendo la desconfianza.
– Te explicaré: un día estaba yo con unos amigos de mi corona vecina inferior...- y Conector le explicó toda la historia, de principio a fin.
– Pero Conector, ¿cómo puedes vivir tranquilo con ese secreto tan asombroso? -a Rapaz se le salía la energía del cuerpo; le produjo tanta angustia conocer el secreto de Conector, que estaba enloqueciendo por instantes.
– Tranquilízate, de momento sólo lo conocemos tú y yo, nada puede sucedernos -le aseguraba Conector.
– Ahora entiendo tus formas básicas, lo que tú quieres es que rompamos las coronas, ¡estás loco, serás expulsado!
– No estoy loco, no estoy loco -Conector no sabía qué decirle, puesto que tampoco sabía nada sobre las consecuencias de su descubrimiento.
– Supongo que querrás olvidarlo -conjuraba Rapaz.
– Pues no, lo que quiero es ir al centro absoluto, ¿o acaso no es eso lo que queremos todos?
– Bueno ... sin duda todo el mundo lo desea pero es más una fantasía que un propósito.

Para el resto de seres, era difícil incluso imaginar que traspasar coronas libremente fuera posible, puesto que si alguna vez traspasaban fronteras enojados no eran conscientes de la alienación que provocaban, ni cuando eran los indignados ni cuando debían ceder el paso a los demás.

– Imagina, si pudiéramos llegar al centro y quedarnos ahí, ¿no sería maravilloso?
– No seas iluso, si llegaras al centro te expulsarían tan fuerte que atravesarías el planeta al instante ... y a nosotros nos lloverían tantas dosis de sustancia exogenada que podríamos almacenarla por siempre jamás -se decidió a bromear Rapaz.

Rapaz quedó tan impresionado como inquieto y temeroso. Durante las jornadas siguientes, la relación entre ambos fue un tanto extraña, hasta el punto que Disperso se extrañó y empezó a insistir. El uno como el otro disimularon todo el tiempo que pudieron pero sabían que Disperso asociaría esa actitud a las “locuras” de Conector. Finalmente, Rapaz le explicó el sentido de la “locura” a Disperso, que tardó varias jornadas en reaccionar. Disperso no quiso participar del proyecto, pero conocía a otro transportista que seguramente querría enfrascarse en esa locura, un ser raro al que se referían como Áspero.

Capítulo VI. La incursión de Áspero


Finalmente, Conector pudo reclutar un grupo bastante numeroso, que él creía suficiente -en toda su ingenuidad- para “llegar al centro de la corona”. Le costó mucho tiempo y muchas cautelas reunir ese selecto grupo que estaba dispuesto a afrontar el riesgo. El riesgo de denuncia no fue, finalmente, tan alto como se imaginaban. Aquellos que no querían participar en el proyecto tampoco optaban por delatar a los conspiradores, simplemente se apartaban del ser que se lo había propuesto sin más, y sólo tuvieron que soportar la carga de no explicarlo, pues podían olvidarlo fácilmente; muchos de ellos pensaban en las cuantiosas recompensas exogenadas que recibirían después de cada intento, egoístamente, y esa posibilidad también alentaba su silencio, pues presumían su fracaso.

El primero en proponerse para romper coronas fue Áspero. Le llamaban así porque siempre contestaba -las pocas veces que contestaba- con una desagradable actitud. Era un tipo que no conversaba, sino que sólo se “entendía” con los demás; esto es, sólo se relacionaba con los tipos parecidos o idénticos a él en aspiraciones y conducta. Conector no llegó nunca a entender cómo podía congeniar con ese tipo arisco, desagradable e incomunicativo, pero al fin y al cabo era el odio al sistema de coronas lo que les unía y ése era un gran inicio. Ambos eran amantes de la libertad, de los desplazamientos libres y detestaban por igual a los vigilantes y sus maniáticas inspecciones. Áspero trataba de ejercer esa libertad a cada instante y a cada instante tropezaba con algún guardián que no le conocía. La mayoría de los guardianes le conocían y no solían mostrar reticencias a su actitud. Además era un tipo ordenado y cumplidor; siempre portaba sus mercancías bien ordenadas.

Áspero estaba ansioso por ejecutar su incursión, impaciente, rabioso. Conector pensaba incluso que no sería necesario preparar una situación enojante simulada para que Áspero avanzara por las coronas por la indignación que mostraba en esos momentos, pero eso no fue así. Acordaron la forma de proceder –imitando los hechos que Conector presenció originalmente- junto a la frontera de la corona superior esperando el momento oportuno, indeterminado pero dentro del toque de queda; imaginaban que el toque de queda propiciaría sus movimientos por la corona superior.

El día llegó y actuaron según lo acordado; antes del toque de queda, un pequeño grupo de ellos organizó una fiesta simulada que acabó con la vorágine de restriegues necesaria. Áspero no participó en el restriegue y actuó según las indicaciones de Conector: miró, se asombró y se indignó, falsamente, claro, aunque aprovechando su indignación permanente. Salió disparado hacia el centro. Al principio su intención era clara, quería llegar al centro. Al pasar tres coronas, su admiración por el descubrimiento de Conector fue tal que olvidó por completo la indignación, de forma totalmente inconsciente, por la fascinación que le produjo avanzar con tanta libertad.

En consecuencia, la alienación acabó antes de llegar a los controles de la cuarta corona superior, los seres que allí habitaban se extrañaron de ver a Áspero dirigiéndose, ya con alegría, hacia el control, lo apresaron entre unos veinte seres que no comprendían qué hacía allí un coronario inferior totalmente embobado en pleno toque de queda. Le expulsaron como si le estuvieran haciendo un favor pero con una fuerza suficiente para traspasar la corona de la que provenía y varias más, sancionándolo y regalando un preso a los coronarios inferiores. Tuvo que pasar largas jornadas convenciendo a los seres de las coronas inferiores de que su lugar estaba unas cuantas coronas más allá, que no sabía cómo había llegado allí. Finalmente, consiguió superar, con gran dificultad, unas cuantas coronas hasta encontrarse con otro de los participantes, que dio la noticia al resto de los compañeros.

Habían acordado no comunicarse con Áspero telepáticamente por temor a una –sin embargo, imposible- intercepción y descodificación de los mensajes; el proceso de codificación requería mucho gasto energético, así que un descuido, por pequeño que fuera, habría sido advertido por cualquier otro ser, según temían.

– Encontré a Áspero algunas coronas más abajo -explicó Perceptor, siempre atento a todo lo que sucedía.
– Cuenta, cuenta -coreaban todos entusiasmados. Su miedo al desprendimiento total era la mayor de sus preocupaciones pero, al saber que Áspero se encontraba con vida, su energía aumentó en “tranquilidad”.
– Sólo pudo pasar tres coronas más y le expulsaron dieciocho coronas más abajo.
– ¿Podrá volver a contárnoslo con su propia energía? -le espetó Conector.
– Esperemos que sí, pero tendrá problemas para justificar su caída, deberíamos ayudarle para que pueda volver a sus tareas.
– Sí, pero si actuamos en concurrencia, nos descubrirán y nos podremos dar por expulsados -comentó Intrépido.

Intrépido era llamado así por actuar de forma temeraria; usaba los vehículos de forma trepidante y habilidosa, lo que le había costado el odio de todos excepto algunos pocos seres que confiaban en su habilidad. La confianza –excepto en el caso de comunidades como la de nuestros protagonistas- se producía más por obligación, por presión social (que también tenía un reducto físico), que por admiración, reconocimiento o respeto; con frecuencia debían confiar unos en otros a desgana o a ciegas. Por un orden social impuesto, que muchos aceptaban a regañadientes, debía mostrarse confianza a los vigías y a los hombres habilidosos, como el progenitor de Conector.

– Cierto, debemos actuar con prudencia, no podemos exteriorizar ahínco, no podemos levantar sospechas, nuestro secreto es más importante que cualquiera de nosotros -comentaba Iluso, que idealizaba todo en exceso, y que ahora se entendía con todos.
– ¿Alguien se propone interceder por Áspero? -preguntó Conector.
– Yo mismo iré en su rescate -dijo Rapaz-; trabaja en mi corona y en mi sector. Fingiré que su ausencia ha causado un aumento exponencial del trabajo, nadie sospechará – resolvió Rapaz.

En un par de jornadas y tras formular la reclamación a todos los vigías, Rapaz pudo traer a Áspero de nuevo con el resto. Tal y como sospechaban, Áspero estaba marcado, lo que le invalidaba para participar en las incursiones. La única función que podía seguir asumiendo era el reclutamiento, y ésa era precisamente la peor función que podía asumir si tenemos en cuenta su incapacidad para comunicarse, o al menos eso creían. Las primeras veces que establecía contacto intentaba imitar las “locuras” de Conector, pero era muy torpe; sus peripecias provocaban entre el personal una risa pánica extraordinaria, facilitando la detección de los seres menos adictos al sistema de coronas.

Capítulo VII. El acecho del vigía


Conector estaba obstinado en guardar las apariencias, como parte del entramado de invisibilidad que debían trazar. Una de las partes que más le costó asumir era la continuidad de su amistad con Esforzado. A medida que se desarrollaban las incursiones, su tranquilidad iba cesando, así que trató de fingir por todos los medios. Creía tener previstos todos los peajes sociales que debía pagar para mantener su plan a salvo. Nada más lejos de la realidad; Esforzado tenía una intención que no le gustaría nada a Conector: engendrar un nuevo ser aprovechando un juego sexual.

Varias jornadas después de la incursión de Áspero, Conector y Esforzado se encontraron para recorrer la corona en busca de oficio, como de costumbre. Aquel día estuvieron visitando a unos ensambladores de material para fabricar vehículos, tarea que no les acabó de gustar; luego visitaron una instalación para el exogenado de materia. Habían imaginado que una instalación de exogenado sería un lugar paradisíaco, de total alegría y felicidad. Después de la visita, tenían bien clara la razón por la que la materia exogenada era tan escasa y ambicionada por los seres de las primeras coronas: ¡no podía haber trabajo más ingrato y fatigante que aquél! Los trabajadores debían practicar continuas rotaciones para “descansar” la atención, ocupándose de otra tarea. La capacidad de concentración necesaria para exogenar era tan grande en cada uno de los trámites que en cualquier momento se podía producir la dispersión total por enajenación perfecta (la enajenación era como el “dormir” para aquellos seres, pero acostumbraba a ser imperfecta, ya que el mantenimiento de las funciones vitales les obligaba a tener una actividad vital mínima, bajo riesgo de la dispersión total que causaba la muerte; esto es, que estos seres dormían despiertos, porque aunque todo el cuerpo yacía inerme en el vacío, pero su atención estaba activada, -aunque no activa, sino solo preparada).

Esforzado se mostraba muy alegre hacia Conector, y le bromeaba continuamente, desquiciándole. Empezó a elaborar trenzados y juegos, digamos, “eróticos”. Las relaciones “sexuales” o “quasi-reproductivas” eran normales entre aquellos seres, eran parte de su entramado social y normalmente nadie se negaba a jugar con otro ser, precisamente porque querían comportarse así, se sentían muy atraídos por el roce con el resto de los seres, eran muy promiscuos.
Los juegos consistían en absorciones o fusiones corpóreas, en entrelazamientos corporales, similares a nuestras caricias que trataban de evitar el contacto entre las respectivas fuentes de energía, puesto que del contacto entre las corrientes energéticas nacían los nuevos seres; los cuerpos se separaban y de esa separación surgía un nueva sección, un trozo de materia que se desprendía del calambrazo y guardaba una fuente de energía propia.

Cuando nuestros personajes engendraban seres lo hacían voluntariamente como parte del proceso productivo, era una “inversión”. También era una forma de sustituir a trabajadores que habían sido expulsados de la corona, la mayoría de las veces eran parte del proceso productivo de las asociaciones o los artesanos. Precisamente por esta razón, el progenitor de Conector estaba descontento, pues Conector parecía no querer formar parte de su asociación de manipuladores, ni tampoco podía canjearlo con otros gremios a cambio de otros trabajadores, materia prima o material de trabajo. A lo sumo podría exigir el retorno de la inversión a Conector.

Al principio Conector le seguía en los juegos, pero los rizos, los trenzados, empezaban a parecer fagocitaciones que disgustaron sumamente a Conector, que acabó por separarse:
– Amigo, ¿por qué reaccionas así? -Esforzado fingió estar molesto por el gesto de rechazo.
– Estás haciendo cosas peligrosas, podríamos engendrar un nuevo ser y nuestra corona no tiene espacio para más seres, ¿o quieres ganarte nuestra expulsión? -Conector intentaba dar motivos lógicos para evitar la concepción de un nuevo ser, puesto que no quería tener una nueva ocupación, máxime en ese momento en el que el séquito empezaba a crecer y su plan se estaba realizando.

Cuando alguien engendraba un nuevo ser, disminuía el número de recursos disponibles para el resto de los seres de la corona, que eran extremadamente celosos de su “porcentaje de materia disponible”; tener hijos abusivamente se consideraba antisocial.

– Verás, he pensado que podemos formar una asociación de repositores -Esforzado había encontrado en esta asociación la forma de librarse de los respectivos progenitores y sus reproches.
– ¿¡Repositores!? –se sulfuró Conector-. Preferiría exogenar o, si me apuras, ser vigía -la reposición era un trabajo mucho más mecánico que el resto y eso, precisamente, era lo que más odiaba Conector, las tareas sin interés.

Conector estaba más molesto por la función que había pensado Esforzado que por querer involucrarle en engendrar un ser; en caso de no estar interesado, Conector se podía desentender en cualquier momento o en un momento dado podían seccionar al nuevo ser y engullirlo –energía incluida- o mandarlo a petrificar para conservarlo como alimento.

– Mira –siguió Conector-, si pretendes hacerme participar en tonterías así, será mejor que vuelvas por donde has venido- en señal de claro rechazo a Esforzado, gesto que anunciaba, definitivamente, el fin de la amistad entre ambos.
– No puedes vivir de tus ilusiones, nunca encontrarás una tarea a tu medida y morirás engullido por los más repugnantes seres de la última corona -le comunicó como despedida Esforzado, con el orgullo de quien ha sido ofendido justamente y no osa reconocerlo.

Conector volvió a su gota con la satisfacción de haberse deshecho de un impedimento para le ejecución de su plan. Jornadas más tarde, se había olvidado ya de Esforzado, cuando éste irrumpió una sola vez más con un comunicado conciso. En la distancia le dijo: “vigía”, con aires orgullosos y la estupidez de creer que Conector le pediría una recomendación para trabajar en el sistema de vigilancia. “Fracaso, fracaso, fracaso”, repetía Conector para sus adentros, temiendo por el peligro que corría su plan con Esforzado en el sistema de vigilancia, que le reconocería en cualquiera de las operaciones corrientes que requería el plan.

En realidad su plan no corría riesgo alguno. Sus comunicaciones eran secretas al 100%, eso es cierto, pero lo más importante era que el descubrimiento de Conector era infalibre: cuando ejecutaban la indignación los otros seres quedaban paralizados de inmediato y la parálisis duraba tanto como su firmeza, como su propio pulso. Ellos parecían ignorarlo todo: creían que les podían espiar o interceptar sus comunicaciones, creían que en algún momento de la incursión los otros seres podían despertar y fulminarlos. La realidad era que el resto de seres no tenían conciencia de un plan oculto que estaba siendo ejecutado en la más absoluta clandestinidad.

Capítulo VIII. Perfeccionando la ejecución de la indignación


A medida que pasaban las jornadas el reclutamiento y la ejecución de las incursiones era más efectivo. Los ataques se sucedían, lentamente, por la necesidad de pasar desapercibidos, desde diferentes coronas y disímiles en distancia recorrida y en consecuencias. Intentaron usar instrumentos de ataque pero fracasaban, al tener que pensar en los objetos y perder la indignación. Tampoco servían los vehículos, que les acarrearon serios accidentes. Cada vez que alguien se lanzaba, conseguía concentrarse mejor y los éxitos eran mayores. Desgraciadamente para ellos, cada éxito relativo en número de coronas alcanzadas podía convertirse en una pérdida irreparable. Los valientes expedicionarios podían ser engullidos o caer hacia coronas muy inferiores, lo que impedía su recuperación.

No tardaron mucho en conseguir avanzar una centena de coronas, pero el esfuerzo necesario era máximo. Pronto entendieron que debían engordar al próximo sacrificado para que tuviera más energía, más combustible y más resistencia. Realizar un ataque era como hacer una carrera al máximo esfuerzo durante un lapso muy pequeño de tiempo pero en una distancia bastante larga, sin poder hacer otra cosa que avanzar contra la fuerza del “viento” de la fuerza gravitatoria que también arrojaba materia y oponía obstáculos.

El mayor problema era el de la concentración. Debían encontrar el equilibrio perfecto entre indignación, rabia, temple y firmeza mientras trataban de percibir obstáculos, lo que siempre les hacía fracasar. Contra este peligro lograron encontrar una técnica de de avance que denominaron concentración revulsiva: era un juego mental en el que uno se iba convenciendo de los motivos que le llevaban en ese momento presente a realizar la acción -nótese que nuestros seres son muy juguetones y, como todos los juegos, los de astucia eran unos de sus favoritos. Descubrieron la técnica en una incursión colectiva.

Nuestros amigos ya conocían bastantes de las limitaciones que padecían así que un día decidieron ejecutar una incursión colectiva de exploración bien planificada. Esta incursión –de élite, se decían ingenuamente- había sido pensada con vistas a alcanzar los más altos objetivos: saber qué había en el centro y estudiar a los seres de las primeras coronas.

Tres eran los viajeros: el primero era Mal-ser, pequeño y malo como una fiera, como un ser primitivo, agredía a los demás si no eran justos con él o incluso siéndolo. Mal-ser seguía vivo por su habilidad para acomodar a los otros seres, por dar consejo postural y diseñar ergonómicos descansos. El segundo viajero era Vivaz, un personaje muy riguroso, meticuloso y pícaro como ninguno, vivía algunas decenas de coronas más céntricas de la que le correspondía por constitución y, en consecuencia, se movía a su gusto por esas decenas de coronas. En último lugar seleccionaron a Intrépido que, aunque parecía loco, tenía una agilidad a prueba de milagros y una genialidad innata –además había demostrado su cordura y acierto sobradamente.

Después del ritual festivo, el conjunto partió decidido, sin tambalear y sorteando magistralmente los obstáculos que se iban encontrando gracias a Mal-ser que, sorprendentemente, tenía una percepción casi perfecta (el resto padecían deficiencias de percepción durante las incursiones por efecto de la indignación, que aumentaba sus habilidades de comunicación activa pero disminuía su capacidad de comunicación pasiva). Vivaz le seguía requiriéndole calma e indignándolo a la vez, para que no perdiera la concentración. A pesar de entender lo complejo de la situación, Mal-ser no podía evitar cabrearse, ni podía frenar los impulsos violentos que en él ya eran naturales. Esta vez debía acumular su cabreo para destruir a un etéreo enemigo o enigma. Estaban en misión y debía contenerse, contenerse, contenerse.

A medida que iban avanzando iban viendo vastos espacios entre coronas, máxima simplicidad y lujo. Todavía no se habían empezado a cansar cuando Mal-ser no pudo contener más su rabia y agredió directamente a un ser que parecía tener una satisfacción infinita. Cuando el resto volvieron a tener conciencia y vieron a Mal-ser pegando a aquél otro ser llamado Exquisito-Manjar, un ser excéntrico que admiraba los manjares que le llegaban de las coronas inferiores y que había escogido ese apodo con el asentimiento unánime de su corona.

Los tres fueron expulsados sin mediar palabra; a Mal-ser se lo comieron directamente, lo despedazaron en un instante. Vivaz e Intrépido fueron lanzados varias decenas de coronas más allá de la suya natural. Al detenerse, Intrépido no dudó en comunicar los resultados de la misión. Aunque todos desconfiaban del cifrado, parecía que funcionaba y tenía que ser Intrépido el que lo demostrara. Quedaron retenidos en coronas inferiores, pero pudieron desvelar los secretos inmediatamente.

– Mal-ser no era de fiar -dijo Intrépido cuando hubo caído, ante la general estupefacción-, nos ha traicionado para agredir a otro ser, dejando la co-misión. Cuando hemos vuelto a recuperarle, se nos han echado encima: la indignación debe mantenerse siempre. Nosotros hemos podido avanzar explicándole los motivos de nuestra indignación a Mal-ser para que no se desconcentrara, y esto nos hacía recurrir en la indignación, ha sido nuestro revulsivo. Llegado un momento, no hemos podido retener a Mal-ser, ni estando detrás suyo, tirando de él. Su indignación ha sido máxima y ha tomado más velocidad, cuando se ha visto libre ha cometido la agresión y todo se ha acabado -relató.
– ¿Podréis volver? -preguntaron desde el grupo teatral que había provocado la indignación.
– No lo creo -dijo Vivaz-. Escuchad, dejadnos las comunicaciones abiertas, seguimos estando con vosotros, el cifrado nos protege.
– La indignación parece no protegernos, tal vez nos también nos destruya -inquirió uno, totalmente desconcertado.
– Y si nos descubren, ¿qué hacemos?- dijo otro, con su compleja manía persecutoria, totalmente ignorante de que se estaban comunicando en libertad.
– No temáis, no nos descubrirán, podéis preparar el gran ataque -concluyó Intrépido – intentaré unirme a vosotros, esperad demasiadas jornadas -Intrépido les conocía impacientes y quería ofrecerles el tiempo de reunir el ejército más grande posible; aunque el espacio se iba despejando a medida que avanzaban, existían innumerables obstáculos que sin una vista como la de Mal-ser no podrían sortear, así que no quedaba otro remedio que el de preparar un ejército lo suficientemente grande, aumentando la oportunidad de llegar al centro.

Aunque hubieran descubierto su secreto, nadie hubiera podido hacer nada, porque eran numerosos y la libertad que les otorgaba la clandestinidad era absoluta. En realidad podrían haber estado bastante tiempo engordando y preparándose, pero eran muy impacientes. Además, sus ataques de introspección eran escasos y muy espaciados.

La impaciencia que les arroyaba se veía aumentada por diversos factores. Por un lado, la indignación con incursión de forma natural no era frecuente, así que, para no levantar sospecha, debían espaciar sus acciones. De otro lado, a menudo revelaban su secreto a otros seres sumamente impacientes que, al enterarse del descubrimiento, se lanzaban indignados hacia el centro, liberando su rabia hacia los coronarios superiores. Estos seres eran expulsados a la mínima distracción, causada generalmente por el cansancio; morían con rapidez, a veces engullidos. Estos espontáneos solían reducir la capacidad de acción de nuestros protagonistas, que debían espaciar todavía más sus incursiones -ahora ya exploratorias. El peligro era máximo porque si estos seres comunicaban el descubrimiento después de la alienación el plan quedaría en entredicho.

Temerosos pero disciplinados, esperaban la vuelta de Intrépido, reclutando seres en infinidad de coronas y latitudes, y preparándose para el momento del asalto definitivo.

Capítulo IX. Nervios antes del gran ataque


Trataban de instruirse con técnicas de lucha o de combate imaginándose que iban a una guerra como cuando se batían las coronas entre sí. Hacían ejercicios de entrenamiento para conseguir mayor agilidad y trataban de recopilar información sobre las coronas superiores.

Toda preparación era inútil. No existía nada parecido a un mapa porque la materia era cambiante y caótica, y tampoco conocían todo el terreno con el que se iban a encontrar, pero ellos estaban decididos a poner todo su empeño. Toda preparación era en vano. Los ejercicios de agilidad también eran inútiles, porque cuando avanzaban en las incursiones, gastaban sus capacidades indignándose y sus capacidades (significativamente la percepción) quedaban relegadas.

Todo en el caso de estos seres tenía su excepción, personalizada en otro vecino o compañero. En el caso de la incapacidad de visión durante la indignación, existía la excepción de Mal-ser: su rabia era tan enérgica que él podía percibir perfectamente mientras avanzaba y tenía una fuerza descomunal, podría haber llegado al centro de no haber sido tan obsesivamente violento. Cada uno de los seres disfrutaba de un potencial máximo en relación con su habilidad más desarrollada, habilidad de la que solían recibir el nombre. Además, sólo podía existir un ser de cada tipo en todo el planeta, que era el producto de las fuerzas de presión presentes en el planeta, la gravitación y la convección, fruto de su caótica existencia.

Así, cuando moría un Mal-ser nacía otro que de hecho era el mismo genéticamente y su comportamiento era el mismo, por razones ligadas a las fuerzas de convección, la gravitación, los flujos de energía y la misma existencia de esos seres conscientes. Se trataba de una condición que en nuestro mundo podríamos comparar remotamente con las condiciones climáticas. Esto sucedía con todos los seres, todos tenían una habilidad más desarrollada y también alguna carencia más desarrollada (que tenía por contrapartida, una habilidad en otro ser). Al desarrollar las habilidades en grupo su potencial aumentaba, porque su conocimiento era más completo y además, las carencias propias se reforzaban con las habilidades ajenas, complementándose unos con otros.

En el planeta de las coronas la condición a la que nos referimos está condicionada por toda la composición del planeta y las fuerzas que interactúan. En la tierra, toda la población se concentra en un par de coronas exteriores, en la corteza y sus aledaños. Allí, la vida se encuentra dispersa por todo el planeta, desde el centro hasta el exterior, con las bastas zonas centrales o nucleares y las tumultuosas coronas exteriores, lo que origina una relación de fuerzas omnipresente.

El retraso lógico de Intrépido estaba impacientando a nuestros seres. Se aliviaban con ejercicio, y esto les impedía engordar para acumular energía y masa. En consecuencia, se ponían más nerviosos. Al ponerse más nerviosos perdían masa y tenían que alimentarse más, pero sus coronas no podían tolerar ciertos tamaños y el tiempo se acababa para muchos de ellos.

Por suerte no solían reunirse físicamente ni aparentaban conocerse más que en momentos puntuales, y no causaban sospecha, pero entre sus núcleos de población no eran aprobados y en ocasiones eran reprobados (expulsados de la corona o directamente engullidos y despedazados). El volumen que iban cogiendo era de fácil disimulo, muchos decían estar preparándose para subir de corona -como si se estuvieran estudiando o preparando oposiciones. Adquirir más volumen permitía más rapidez, más fuerza, más agilidad, más habilidad; pero como ibamos diciendo, el tiempo se estaba acabando.

El problema que tenían en realidad era que no conocían los riesgos que afrontaban, relacionados con la concentración, generalmente; aunque habían descubierto la revulsión, no eran totalmente conscientes de la pérdida de indignación que podía suponer cualquier obstáculo físico, cualquier despiste, por mínimo que fuera, y si el que se encallaba no volvía a indignarse, podían darse por muertos. La dificultad era máxima y sólo se podía afrontar con la fuerza de un Mal-ser multiplicado. Al menos, no lo sabían, ignoraban todas sus debilidades. Era una discapacidad del conocimiento pero parecía más una bendición que les hacía estar motivados.

Los preparativos para el gran ataque ya estaban listos, según ellos, y estudiados al detalle. Básicamente habían preparado unas simples falanges que imitaban el modo cómo Vivaz e Intrépido habían tenido que empujar a Mal-ser para tenerlo controlado. En la punta ponían a los que ellos creían más fuertes y valientes (allí estaban Brabucón, Temerario, ...), de forma errónea, porque esas habilidades no les daban mejor percepción, que es lo que necesitaban -en su lugar deberían haber puesto a los seres que se acercaban más a la maldad, puesto que eran los que percibían mejor.

También había equipos de supervivencia y de emergencia preparados, repartidos por los diferentes frentes meridionales de las coronas de partida de cada cual y que debían avanzar a una velocidad inferior, en la retaguardia. Habían ensayado mucho todas las funciones necesarias, incluso habían conseguido comunicarse la indignación por telepatía sin necesidad de estar reunidos, y así organizaron un ataque desde múltiples puntos.

Intrépido no lograba llegar. Por la comunicación constante sabían que Intrépido se iba acercando y pensaban esperarle, pues habían convenido que él sería la punta de lanza del ataque. Intrépido era el más experimentado, el más preparado y de hecho, uno de los pocos que había salido vivo de la incursión y se había podido reunir con ellos. Se había erigido, sin quererlo, en su héroe. Le daban un trato de ser supremo, aunque sólo en relación con el gran ataque, pues en el resto de sus actividades seguía siendo tratado como de costumbre.

Capítulo X. La soledad de Conector


Entretanto, Conector estaba eufórico, ya casi celebraba la victoria y se alimentaba con desprecio -por mucho que fuera necesario engordar-, como hace el que cree nadar en la opulencia, y eso despistaba a su entorno. Su progenitor, que había perdido una inversión, le hubiera engullido en cualquier momento, solo o con su cuadrilla de operarios, pero había cogido ya mucho volumen y era más fuerte. Decidió interrogarle con tono amenazante, como si estuviera dispuesto a solicitar la expulsión, una expulsión que debía suscitar la unanimidad menos uno de la corona, una expulsión de la que Conector no podría haber escapado.

– Aquí se acaba el sustento para ti, mi paciencia se agota -le dijo el progenitor.
– Tranquilo, tranquilos todos, pronto no sabréis nada más de mí -arrogó Conector.
– ¿Y podemos saber a qué te dedicarás? Si lo único que sabes hacer son figuras complejas –los pensamientos de uno de los operarios, muy cómicamente astuto, despertaron la risa pánica colectiva; habían oído algo de unos “idiotas” que se divertían haciendo formas básicas, no los consideraban un grupo, sino más bien los participantes de una patética “moda” propia de unos seres que consideraban de baja voluntad, como debiluchos o gandules.
– Tengo una inversión entre manos –replicó Conector.
– No nos desesperes, sea cual sea la aventura en la que te has embarcado, deberá realizarse en breve con sumo éxito. Sabemos que has estado preparándote, pero aquí todos dudamos de tu capacidad real de hacer algo diferente o, más bien, de hacer algo. Si fracasas no vuelvas por aquí, acaso para compensarnos por el material que te hemos ofrecido durante tu vida -concluyó el progenitor, como si le exigiera el pago de su manutención por haber perdido la inversión.
– Ni siquiera tenéis conciencia de lo que es la abundancia, yo os la regalaré, a vosotros y a todos los seres.

La risa ante la actitud -que ellos interpretaban arrogante y chulesca- de Conector fue unánime y casi mortal. Uno de los operarios hizo un estallido tan violento de risa tan exagerado que el resto, que también se descomponían, tuvieron que moverse por instinto reflejo para rodearlo e impedir que su materia se descompusiera definitivamente, evitando su muerte.

Esa risa tan fuerte la provocaba la broma que corría entre los operarios sobre los designios de Conector, porque adoptaba una actitud de “estamos realizando un gran proyecto”, que ellos asociaban a un golpe de suerte sobrevalorado, un destello de realidad que no perdura o que es directamente ficticio.

– ¡Vete ya! -le “chillaron” todos.

Conector tenía una potencia virtual elevada de desarrollar su habilidad, como todos, aunque nadie imaginara su dimensión. La posibilidad de manipular la indignación descubierta por Conector daba cuenta de una habilidad extraordinaria para resolver los enigmas vitales de esos seres.

Todas las habilidades se desarrollaban de forma inconsciente, y el caso de la indignación no era una excepción: cuando un ser tenía un problema con algún otro ser de una corona superior o inferior, se presentaba allí sin más y nadie le detenía; el consenso para dejarlo avanzar era innecesario en esos casos, la tolerancia a la acción del indignado se generaba espontáneamente. La indignación no solía suceder en pleno toque de queda (porque no había actividad), pero podía suceder y no habría sido extraño. Nadie se preguntaba cómo había llegado hasta allí el ser indignado, casi nunca les importaba, así que no podían imaginar que Conector llegara a dominarla. Con todas las habilidades sucedía lo mismo, el artesano era el que podía transformar un acto reflejo en un acto consciente, premeditado, y utilizarlo para manipular la materia o las condiciones en las que se desarrollaba su vida.

Los operarios manipuladores no eran capaces de relacionar la habilidad de Conector con alguna actividad que no estuviese relacionada con la materia, pues al fin y al cabo era hijo de un manipulador. Por otro lado, si bien intuían la existencia de esas excepciones y habilidades especiales, ni por asomo creían que se podía manipular la alienación para realizar intrusiones en coronas superiores. Hubieran podido imaginar que alguien descubriera la alienación como un juego, pero jamás lo habrían imaginado como arma o técnica de ataque, jamás. Finalmente tampoco consideraban a Conector un ser capaz de desarrollar una excepción tan reveladora, y menos aún lo creían capaz de desarrollar habilidades de artesano. Hacía ya tiempo que el trato que los operarios dispensaban a Conector rozaba la repulsión y finalmente la alcanzó.

Conector, acertadamente, sabía que esa excepción se había dado en su caso, su descubrimiento era efectivamente excepcional, porque había aprendido a observar un hecho y proyectarlo colectivamente: había conectado ideas (el descubrimiento) con seres (su séquito), lo que le llevaría a ser conocido como un artesano de la conexión.

Tal vez, lo más irónico de todo fuera que los manipuladores no podían ni imaginar cuán grande era el descubrimiento. Conector y su séquito tampoco eran plenamente conscientes del alcance del descubrimiento, ni sus posibles efectos ni sus consecuencias. De hecho, les reducía la energía la posibilidad de que su acción pudiera causar algo así como una pelea planetaria o coronaria, los equivalentes de una “guerra civil” -cuando en la disputa participaban distintas facciones de una misma corona-, una “guerra mundial” -en la que se batían múltiples coronas entre sí-, o una guerra intersectorial -entre asociaciones o focos territoriales determinados-, acontecimientos que si bien creían posibles, nunca habían vivido directamente. Sin embargo, sabían que lo suyo no era un acto de guerra convencional contra otra corona o conjunto de coronas, sino que luchaban contra una situación, un sistema de organización, una determinada forma de hacer las cosas, factor que aumentaba sus incógnitas.

Conector se había quedado definitivamente sin un suelo donde caerse muerto. Oficialmente era un vagabundo. Sus aires chulescos seguían intactos y despertaba sensaciones encontradas entre sus vecinos. Se decidió a hacer un breve viaje hacia las antípodas de su corona. En realidad estaba tratando de huir de todo lo que le cuestionara en su seguridad.

Capítulo XI. El gran ataque


En general, nuestros seres se veían impotentes frente a los seres de coronas superiores, lo suficiente como para presumir que les engullirían al más mínimo error. El hecho de que la acción se realizara de forma conjunta, sin embargo, les daba una injustificada confianza.

Intrépido llegó, al fin. El viaje fue largo porque tuvo que ir recogiendo material para pagar el arancel en cada corona y además debía conseguir que le aceptaran en la corona. Consiguió engañar a un gran número de vigías alegando extrema necesidad, buscando a alguien en una corona superior que tenía un remedio para su problema de “visión”. De este modo, Mal-ser le funcionó como coartada.

Intrépido llegó muy débil, calmando los ánimos de todos, que lo adulaban por su regreso heroico. Con tal de tener contento a su líder de ataque, aceptarían darle tiempo para tomar volumen suficiente. Entendían, en su locura épica, que debían dejar reposar a Intrépido fingiendo estar calmados y sin mostrar gestos de admiración excesivos hacia él. Decidieron dejarle en paz pero ocultamente estaban ansiosos por tenerle al mando, liderando el gran ataque.

Intrépido no sabía cómo dirigir -ni lo pretendía- a ese grupo de impacientes en una aventura que a él se le antojaba imposible por completo, porque durante su incursión no pudo retener un recorrido ni estar pendiente de los obstáculos existentes; también para él todo era desconocido. Los pudo retener el tiempo suficiente como para tratar de explicarles que no tenía nada fantástico que ofrecer, pero todo fue en vano, le idolatraban como a un ser supremo, adoptaban sus movimientos, le dedicaban coreografías a escondidas...

Estaban decididos a asestar el ataque definitivo al sistema de coronas y los preparativos para la gran incursión comenzaron. Antes de atacar, concretaron los últimos detalles mediante una conversación telepática, cada cual preparado en su posición:
– Bien, lo más importante es la revulsión, pero debéis intentar que no sea cegadora, no os detengáis a agredir a nadie. Debéis imaginar que vais en busca de nuestros enemigos, que queremos afrontarles, porque son los culpables de todo. Nos someten a restricción, nos arrastran hacia comportamientos mezquinos, nos abrazan con la miseria, .... Hay que recordar los límites de la civilidad constantemente. Y además debéis saber que sois los mejores y que ningún obstáculo os va a detener, que lo vais a conseguir, no necesitáis nada más -Intrépido hablaba desde su habilidad, vanidoso pero efectivo; había que gastar energía en adaptarse y entenderse con Intrépido, pero resultaba mágico, parecía que absorbían la energía al entorno.
– Correcto, hay que ser tenaz en la búsqueda de nuestro objetivo -expresó satisfecho Tenaz, como aprobando el discurso de Intrépido y entendiéndose con él.

Si pudiéramos hacer una traducción a nuestra forma de comprender las cosas, Tenaz le recordaba a todos que el gran descubrimiento de Intrépido era en el fondo su gran habilidad (Intrépido había les había requerido tenacidad). Tenaz se lo estaba recordando, con la aprobación de un maestro que felicita al discípulo por haber entendido la gran enseñanza del maestro; por este motivo, Intrépido reconocía como igual (como casi idéntico) a Tenaz y se entendía con él.

– ¡Vamos allá! -ésta fue la aportación de Impaciente. Aunque para él era un imperativo de inmediata realización, para los demás todavía no constituía la prioridad principal, aunque la segunda sí, en cuanto supieran qué hacer exactamente. En este caso, la impaciencia de Impaciente “espavilaba” a sus compañeros a la acción. Si no le seguían era simplemente porque no se entendían plenamente con él.
– Deberemos tener el objetivo y el plan claros -habló Conector como tratando, inconscientemente, de que el más habilidoso para resolver la cuestión lo compartiera con los demás y así igualarse todos con él.
– Tú, Conector, no puedes participar -alegó Selector- quédate con un cortejo de compañeros, tú has hecho el descubrimiento y podrían descubrirnos a todos por tu culpa -con un miedo ignorante e irracional a no se sabe qué consecuencia podría acarrear Conector, por su relación con el método usado.

Evidentemente, Conector sabía que Esforzado podría echar su plan al garete si descubría el secreto. Ni Esforzado conocía el plan ni los conjurados conocían la implicación de Esforzado, así que Conector se autoexcluyó reconociendo su debilidad, sin llegar a revelarla. Al excluirse, se entendió con Selector. En el fondo se le asignaba una función parecida a la del científico o el genio, que se conformaba con la aportación de su tarea en soledad. Su disposición a excluirse reforzó al resto del grupo.

En cuanto Conector se había retirado del ataque y seleccionó unos compañeros de vigilia, el comando -casi un ejército- perfecto ya estaba formado y se entendieron en que los preparativos estaban ultimados. Apareció Emprendedor y les incitó a lanzarse, no sin antes recopilar las instrucciones válidas y precisas para realizar el ataque (en realidad, y esto no lo sabían, se trataba de las instrucciones más válidas que se podían dar, sin duda alguna, aunque de nada fueran a servir).

En definitiva, Emprendedor realizó un acto de síntesis recogiendo las soluciones que habían ido adoptando como plan de ataque durante una larga temporada. Sintético lo aprobó, entendiéndose con Emprendedor. Se inició así una cadena de validaciones e instrucciones complementarias que darían lugar al consenso de una forma casi fugaz, hasta volver a Impaciente que, satisfecho, dio el punto de partida al ataque, con su genuíno ímpetu.

Un grupo de ellos se reunió y empezó el ritual. Jugaron y perdieron buen tiempo en juguetear hasta que iniciaron la escena de la materia exogenada y se acabaron restregando en su apreciado Benefactor (un ser que se prestaba a cualquier situación penosa con tal de cooperar). Una vez cumplidos los trámites realizaron el ataque, avanzando entre las coronas con astucia y determinación.

Su relativo éxito fue su mayor desgracia. Consiguieron avanzar por diversos flancos con equipos relativamente alineados. El más clarividente iba en la punta y guiaba a todos. Su entrenamiento no intervino, pero forjó la actitud necesaria para avanzar unas cuantas coronas, no muchas realmente.

El ímpetu que habían puesto, ayudado por su entrenamiento y lo cebados que estaban, dio lugar a una fuerza cuya convección les perjudicó en cuanto sucedió el primero tropezón de una falange con un pequeño muro. El cansancio despistó al resto y los dormidos despertaron de la alienación. Para ser justo hay que admitir que ese ataque era materialmente imposible. Un ataque colectivo era inviable, pues se multiplicaban los riesgos de desconcentración, incluso contando con la técnica de la revulsión, y más aún en esas circunstancias de ceguera general. El miedo hizo el resto, porque no tuvieron ni tiempo ni disposición de volver a indignarse.

Los seres que iban en las puntas de lanza de ataque fueron despedazados y sabrosamente engullidos casi al instante, pues los consideraron ladrones que, pese a tener alguna razón -que nadie investigó-, se habían excedido y querían algo que no les pertenecía. Algunos se salvaron, volviendo rápidamente al punto de inicio, y al resto los apresaron. Cuando estuvieron satisfechos, empezaron a lanzarlos a despecho, con total salvajismo. La gran mayoría fueron víctimas de la misma presión que habían ejercido y cayeron a la corona exterior de forma inmediata, otros se precipitaron en el vacío.

Con una constitución corporal muy superior, el resto del grupo fue a parar a coronas inferiores. Entonces, los miembros de esas coronas inferiores se reunían -telepáticamente- y los engullían o los iban expulsando hacia afuera (en muchas ocasiones eran demasiado voluminosos o fuertes como para ser engulldidos fácilmente, y la única opción que tenían era presionarles para expulsarlos.

En pocos instantes ya estaban todos en el exterior del planeta, había nacido una nueva corona. La corona de los desprendidos, la llamaban, con reconocido error, puesto que era la corona de los defenestados o en todo caso de los suspendidos, al estar gravitando precariamente en el borde del planeta, el último reducto de la convección. Y empezó a correr la materia exogenada hacia las coronas inferiores en cantidades ingentes, el festejo fue descomunal...

Capítulo XII. La última corona


Todos habían ido cayendo desprendidos hasta constituir la nueva corona sin casi oposición, por eso la conocían así; en el fondo era una mofa, puesto que los seres expulsados se dejaban caer sin oponer resistencia a la fuerza gravitatoria, ante el miedo de la rapiña que se podía hacer de ellos.

Esto dio lugar a un error convectivo, puesto que unos seres tan grandes casi suspendidos mendigando residuos y nutriéndose de otros seres “de última corona”, constituían una incorrección física, una descompensación. Cundió la incertidumbre sobre el suceso, la sensación de desajuste, de inestabilidad; estaban todos como mareados y además sobrenarcotizados. Una última corona fina pero poblada de seres enormes y en suspensión de otros mucho menores... Debía ser algo más que raro. No era sólo un hecho inusual o extraño, era casi –o sin el casi- antinatural.

En cuanto acabó la “fiesta de celebración”, el toque de queda se estableció de forma automática por todas las coronas. En realidad era inútil ante la indignación, pero nadie lo sabía. Las cosas pudieron funcionar durante unas jornadas, pero pronto la situación empezó a empeorar, las provisiones se acababan y el viento gravitatorio era arbitrario, aquello empezaba a notarse desestabilizado.

Los desprendidos de la última corona estaban desestabilizando la convección y si se movían en una sola dirección podían originar nuevos vientos de presión que podían desencadenar un desajuste en el resto del planeta. Asimismo temían –incorrectamente- que pudieran crear una forma gravitatoria nueva, o dispersar todo el planeta si presionaban hacia afuera o hacia adentro.

Todos los seres del planeta permanecieron inmóviles pero inquietos a la vez (en nuestros parámetros podría ser algo similar al miedo, pero en su caso era una cuestión física, como tener que hacer un equilibrio casi imposible). Nuestros amigos estaban en peores condiciones, estaban suspendidos, como si estuvieran en las puertas del ultramundo, del abismo.

Aquella situación era anormal y complicada. A pesar de la quietud, cada vez era más raro el devenir de la convección y, por tanto, las reacciones de los seres y la evolución de la materia. Aquello era la antesala de la autoextinción, creyeron.

En esos momentos, Conector seguía “vagando” por decirlo de algún modo, porque aunque se desplazaba estaba totalmente quieto, con la suerte de haber colapsado bajo alguna parte del diámetro de un torrente de materia liquida y sobre una puntita de vacío donde a veces caían chapuzones de bienestar y fortalecimiento, que le sujetaban y le hacían subir (dirigirse en dirección al centro de la corona).

El torrente de Conector dejó de brotar en su dirección, y empezó a pedir una ayuda que escaseaba. Algunos de sus amigos de la corona inferior le ofrecieron alimento y tomó la determinación de acercarse a recibirla. Pronto se topó con el toque de queda y con el ya entonces nombrado agente aduanero Esforzado, que le divisó desde su atalaya y se dispuso a impedírselo: bajó a su encuentro cubriéndole de una extraña forma periférica y frontal, en clara posición de fagocitación, agresivo y violento. Esforzado utilizaba su posición para humillarle de nuevo abusando del poder que le había sido otorgado.

La inicial indignación de Conector se convirtió rápidamente en irritación. Esforzado trataba de impedirle la salida a Conector, cosa insólita, puesto que sólo se controlaban las entradas y nunca las salidas. Conector, totalmente irritado, agarró a los otros dos seres de la corona inferior y puso rumbo al centro. En ese mismo instante Intrépido, igualmente irritado que Conector, salió en su ayuda. El resto de los miembros de la corona exterior se unieron a Intrépido y empezaron a dirigirse al centro, abriendo un único flanco, totalmente enervados por todo lo sucedido, que habían seguido con atencióen la distancia.

Increíblemente, la fuerza que generó la irritación era superior a la que les ofrecía la indignación, puesto que por autoinsuflación empezaron a tomar energía que estaba disponible en el ambiente que había originado el desajuste.

La irritación empezó de forma espontánea e inmediata en dos frentes. Conector, desde su corona intermedia, había sido ayudado por sus amigos y seguía agarrado cuando empezó a dirigirse al centro; sus amigos le acompañaron, tan indignados como él y se agarraron a su vez a otros compañeros que habían presenciado el agravio y también se dispusieron a acabar con la situación de bloqueo imperante. De otro lado, los desprendidos acabaron por persuadir a todo ser con el que se encontraban, comunicándoles lo sucedido y lanzando gritos de rabia a raudales.

En realidad, el arrastre era innecesario y supérfluo, porque todos tiraban hacia dentro al unísono y con el mismo ánimo, con más fuerza los que más oprimidos estaban (esto es, los seres de las coronas exteriores), puesto que las condiciones habían empeorado mucho para todos desde siempre.

En realidad, tanto por el efecto de la gravedad como por efecto de las políticas restrictivas de las primeras coronas, las coronas centrales habían adquirido cada vez más tamaño, haciendo a su vez más grandes el resto de las coronas. El otro efecto que causaban estas políticas interiores era que las coronas eran cada vez más estrechas y los seres vivían cada vez más oprimidos, físicamente hablando, les estaban chafando “a fuego lento”, o a energía latente, como “decían” ellos.

Esta vez nada podía detener la indignación de Conector y los que decidieron acompañarle, porque la irritación se reproducía y se multiplicaba: la irritación era originalmente revulsiva.

Capítulo XIII. El macabro inicio


Tardó poco Conector en alcanzar el centro, la autoinsuflación les había concedido la fuerza de Mal-ser e incluso su visión. Allí se encontró con un curioso y enorme artefacto que era el origen de la fuerza gravitatoria. Conector y, más adelante el resto, llegó a conocer, de mano de la fuerza que salía del artilugio que, en otros tiempos, la naturaleza del planeta había sido diferente. Todos los seres se movían por un espacio ingrávido, pareciéndose más a un cúmulo que a un verdadero planeta, donde la sustancia se transformaba hasta la saciedad. Daban a la materia infinitas otras funciones mediante simples procesos, concentrándola, aplicándole energía, manipulándola. La materia no escapaba al espacio exterior porque los seres antiguos la aprovechaban toda y la mantenían unida, de forma inconsciente.

Un buen día se originaron dos seres idénticos y perfectos, en sus habilidades, en sus cualidades y en sus aptitudes (en el fondo, porque eran una representación exacta de todas las habilidades presentes en el planeta, como una suma o multiplicación genética -un producto de síntesis), y todos podían reflejarse parcialmente en los dos de idéntica forma.

El clamor general, expresado en movimientos complejos de persuasión y fuerza, determinaba que esos dos seres debían aparearse y crear seres también perfectos; incluso asumían ya que todos ellos debían alimentar a esos dos seres, hasta que los engulleran a todos y se hubieran reproducido infinitas veces. Habían creído que todos iban a transformarse (en lenguaje místico nosotros diríamos reencarnarse) en seres perfectos. De este modo, empezaron a rodearlos y presionarlos para el apareamiento.

Los dos seres perfectos, sin embargo, se negaban al apareamiento y trataron de escapar. Rápidamente fueron rodeados. Llegó un momento en el que la presión terminó por hacerles entrar en contacto. La presión era tan fuerte que, tras un acto reflejo de desfallecimiento por cansancio, acabaron por fusionarse, aún contra su voluntad. A este acto reflejo le siguió otro de reacción en el que intentaron separarse, originando un vacío entre ellos que trataron de evitar a toda costa. Empezaron a dar vueltas sobre sí mismos, cada vez más rápido. Gastaban mucha energía y empezaron a insuflar materia y energía que estaba libre del entorno. Nunca jamás volverían a separarse del todo, puesto que estaban atrapados por una multitud de seres que habían formado coronas de contención.

La fuerza que generaron los seres encerrados los situó, de inmediato, en el centro de toda aquella materia, esto es, en el centro equidistante del cúmulo. Las sucesivas coronas, que se iban nutriendo de la ira de los dos seres centrales, no conseguían retener toda la fuerza de los dos seres centrales, a los que fueron encerrando con técnicas de retención de vacío para que no escaparan, y dejaron pequeños circuitos por donde se escurría violentamente la materia y que no eran otra cosa que los intentos desesperados de esos seres de salir de allí, sus “gritos”.

Una vez construyeron una prisión lo suficientemente grande se formaron anillos de seguridad, casi deshabitados. Al otro lado de los anillos de seguridad, la mayoría vivía disfrutado de la opulencia (como seguían haciendo los pobladores de las primeras coronas).

Llegó un momento en el que, ociosos, comenzaron a reproducirse hasta la saciedad, y los seres cada vez más pequeños que se iban creando quedaban siempre atrás, alimentándose también sin problemas. Cuando el número de coronas empezó a ser importante la comida empezó a escasear, el hambre empezó a brotar y a reproducirse incrementalmente; en ese momento empezó a cuestionarse la reproducción y la situación se estabilizó largamente en el estado de cosas que Conector había conocido.

Las primeras coronas eran muy turbulentas, tenían recobecos y sistemas de neutralización de las fuerzas gravitatorias que Conector sólo pudo ver, puesto que llegó por el flanco de dos vientos de convección contrarios, aprovechándose de uno para avanzar y del otro para frenar.

Capítulo XIV. El último reducto de la convección


Conector había descubierto el triste tesoro que los primeros coronarios protegían a toda costa. Llegó totalmente fatigado a la primera corona, ya casi se dejaba arrastrar por los demás cuando llegó al macabro mecanismo y se quedó atónito. Rodeó el mecanismo, colosal, totalmente impactado, y dejó de insuflar energía, su cansancio fue absoluto. Cuando se había detenido se dio cuenta de que había quedado expuesto a un flujo de salida del mecanismo, arroyador. Empezó a caer al mismo tiempo que los vigías de la primera corona empezaban a ser absorvidos hacia fuera por la fuerza de retorno que se originó.

Poco después llegaron los desprendidos y después todos los que les habían seguido, es decir, casi todos los seres del tercio exterior del planeta. Los desprendidos se detuvieron al instante rodeando el mecanismo, encontrando un apeadero. Por su numerosidad tenían el control indiscutible de la situación. La fuerza de succión que provocaron en la retaguardia hizo el resto: subvertieron totalmente el orden de las coronas.

Antes de poder expresar satisfacción (cuadratura de ángulos -se posicionaban en forma redonda, igualando todos los ángulos) o alegría (hacían algo remotamente parecido a una enredadera que se agitaba), Conector cayó víctima de la mayor fuerza gravitatoria, que se sumó al proceso de succión que se estaba originando, así que parecía perseguir a los seres de las coronas interiores hacia afuera, atraídos por la succión.

Por una extraña combinación, Conector no había caído tanto por la succión como por la fuerza gravitatoria que todavía no había sido afectada por la succión, de tal modo que no fue absorvido, se encontraba en un reducto de la convección que le mantenía sujeto a la fuerza gravitatoria centrífuga, que lo estaba expulsando de forma fulminante. Cayó precipitado al vacío con inusitada velocidad y lo siguiente que percibió fue el contacto con mi materia.

Apenas pudo apreciar tras de sí cómo sus compañeros avasallaron a los seres de las primeras coronas que habían resistido a la succión o se habían agazapado en algún recodo. Sólo llegó a sentir cómo la cuña de fuera hacia dentro trastocó toda la situación, ahora sus amigos estaban en la primera corona con todos los habitantes de la última corona, los del medio seguían en medio y los habitantes de las primeras coronas quedaron relegados a la última corona. La subversión se consumó.

Conector murió antes de percibir totalmente los cambios que se produjeron, pero intuía, por la simplicidad del mecanismo que estaba en el origen de las coronas, que el resto lo habrían contemplado como otro gran descubrimiento y obrarían bien al respecto. Por un momento, tuvo la esperanza de que sus compañeros deshicieran aquel esperpéntico mecanismo... También pudo adivinar la incredulidad del progenitor y su hueste, que perderían posición geográfica y estarían acechados por tipos cada vez enormes en la retaguardia.

Conector conocía a sus compañeros inquietos e impacientes, juguetones y burlones. Tanto daba cómo terminarían, confiaba en la convección perfecta, con la ayuda o no del mecanismo centrifugador, en un planeta sin coronas ni estúpidas limitaciones o convenciones estériles (él imaginaba fantasiosamente una versión mejorada del anterior estadio evolutivo, un edén de materia en la que nadar, sin gravedad). Lo lamentó dispersándose de cansancio y risa pánica, como un suicidio de satisfacción en el mismo momento de la muerte... ¡en una dimensión y un cuerpo extraño! (con el que logró entenderse).