Capítulo XIII. El macabro inicio


Tardó poco Conector en alcanzar el centro, la autoinsuflación les había concedido la fuerza de Mal-ser e incluso su visión. Allí se encontró con un curioso y enorme artefacto que era el origen de la fuerza gravitatoria. Conector y, más adelante el resto, llegó a conocer, de mano de la fuerza que salía del artilugio que, en otros tiempos, la naturaleza del planeta había sido diferente. Todos los seres se movían por un espacio ingrávido, pareciéndose más a un cúmulo que a un verdadero planeta, donde la sustancia se transformaba hasta la saciedad. Daban a la materia infinitas otras funciones mediante simples procesos, concentrándola, aplicándole energía, manipulándola. La materia no escapaba al espacio exterior porque los seres antiguos la aprovechaban toda y la mantenían unida, de forma inconsciente.

Un buen día se originaron dos seres idénticos y perfectos, en sus habilidades, en sus cualidades y en sus aptitudes (en el fondo, porque eran una representación exacta de todas las habilidades presentes en el planeta, como una suma o multiplicación genética -un producto de síntesis), y todos podían reflejarse parcialmente en los dos de idéntica forma.

El clamor general, expresado en movimientos complejos de persuasión y fuerza, determinaba que esos dos seres debían aparearse y crear seres también perfectos; incluso asumían ya que todos ellos debían alimentar a esos dos seres, hasta que los engulleran a todos y se hubieran reproducido infinitas veces. Habían creído que todos iban a transformarse (en lenguaje místico nosotros diríamos reencarnarse) en seres perfectos. De este modo, empezaron a rodearlos y presionarlos para el apareamiento.

Los dos seres perfectos, sin embargo, se negaban al apareamiento y trataron de escapar. Rápidamente fueron rodeados. Llegó un momento en el que la presión terminó por hacerles entrar en contacto. La presión era tan fuerte que, tras un acto reflejo de desfallecimiento por cansancio, acabaron por fusionarse, aún contra su voluntad. A este acto reflejo le siguió otro de reacción en el que intentaron separarse, originando un vacío entre ellos que trataron de evitar a toda costa. Empezaron a dar vueltas sobre sí mismos, cada vez más rápido. Gastaban mucha energía y empezaron a insuflar materia y energía que estaba libre del entorno. Nunca jamás volverían a separarse del todo, puesto que estaban atrapados por una multitud de seres que habían formado coronas de contención.

La fuerza que generaron los seres encerrados los situó, de inmediato, en el centro de toda aquella materia, esto es, en el centro equidistante del cúmulo. Las sucesivas coronas, que se iban nutriendo de la ira de los dos seres centrales, no conseguían retener toda la fuerza de los dos seres centrales, a los que fueron encerrando con técnicas de retención de vacío para que no escaparan, y dejaron pequeños circuitos por donde se escurría violentamente la materia y que no eran otra cosa que los intentos desesperados de esos seres de salir de allí, sus “gritos”.

Una vez construyeron una prisión lo suficientemente grande se formaron anillos de seguridad, casi deshabitados. Al otro lado de los anillos de seguridad, la mayoría vivía disfrutado de la opulencia (como seguían haciendo los pobladores de las primeras coronas).

Llegó un momento en el que, ociosos, comenzaron a reproducirse hasta la saciedad, y los seres cada vez más pequeños que se iban creando quedaban siempre atrás, alimentándose también sin problemas. Cuando el número de coronas empezó a ser importante la comida empezó a escasear, el hambre empezó a brotar y a reproducirse incrementalmente; en ese momento empezó a cuestionarse la reproducción y la situación se estabilizó largamente en el estado de cosas que Conector había conocido.

Las primeras coronas eran muy turbulentas, tenían recobecos y sistemas de neutralización de las fuerzas gravitatorias que Conector sólo pudo ver, puesto que llegó por el flanco de dos vientos de convección contrarios, aprovechándose de uno para avanzar y del otro para frenar.

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