Capítulo XI. El gran ataque


En general, nuestros seres se veían impotentes frente a los seres de coronas superiores, lo suficiente como para presumir que les engullirían al más mínimo error. El hecho de que la acción se realizara de forma conjunta, sin embargo, les daba una injustificada confianza.

Intrépido llegó, al fin. El viaje fue largo porque tuvo que ir recogiendo material para pagar el arancel en cada corona y además debía conseguir que le aceptaran en la corona. Consiguió engañar a un gran número de vigías alegando extrema necesidad, buscando a alguien en una corona superior que tenía un remedio para su problema de “visión”. De este modo, Mal-ser le funcionó como coartada.

Intrépido llegó muy débil, calmando los ánimos de todos, que lo adulaban por su regreso heroico. Con tal de tener contento a su líder de ataque, aceptarían darle tiempo para tomar volumen suficiente. Entendían, en su locura épica, que debían dejar reposar a Intrépido fingiendo estar calmados y sin mostrar gestos de admiración excesivos hacia él. Decidieron dejarle en paz pero ocultamente estaban ansiosos por tenerle al mando, liderando el gran ataque.

Intrépido no sabía cómo dirigir -ni lo pretendía- a ese grupo de impacientes en una aventura que a él se le antojaba imposible por completo, porque durante su incursión no pudo retener un recorrido ni estar pendiente de los obstáculos existentes; también para él todo era desconocido. Los pudo retener el tiempo suficiente como para tratar de explicarles que no tenía nada fantástico que ofrecer, pero todo fue en vano, le idolatraban como a un ser supremo, adoptaban sus movimientos, le dedicaban coreografías a escondidas...

Estaban decididos a asestar el ataque definitivo al sistema de coronas y los preparativos para la gran incursión comenzaron. Antes de atacar, concretaron los últimos detalles mediante una conversación telepática, cada cual preparado en su posición:
– Bien, lo más importante es la revulsión, pero debéis intentar que no sea cegadora, no os detengáis a agredir a nadie. Debéis imaginar que vais en busca de nuestros enemigos, que queremos afrontarles, porque son los culpables de todo. Nos someten a restricción, nos arrastran hacia comportamientos mezquinos, nos abrazan con la miseria, .... Hay que recordar los límites de la civilidad constantemente. Y además debéis saber que sois los mejores y que ningún obstáculo os va a detener, que lo vais a conseguir, no necesitáis nada más -Intrépido hablaba desde su habilidad, vanidoso pero efectivo; había que gastar energía en adaptarse y entenderse con Intrépido, pero resultaba mágico, parecía que absorbían la energía al entorno.
– Correcto, hay que ser tenaz en la búsqueda de nuestro objetivo -expresó satisfecho Tenaz, como aprobando el discurso de Intrépido y entendiéndose con él.

Si pudiéramos hacer una traducción a nuestra forma de comprender las cosas, Tenaz le recordaba a todos que el gran descubrimiento de Intrépido era en el fondo su gran habilidad (Intrépido había les había requerido tenacidad). Tenaz se lo estaba recordando, con la aprobación de un maestro que felicita al discípulo por haber entendido la gran enseñanza del maestro; por este motivo, Intrépido reconocía como igual (como casi idéntico) a Tenaz y se entendía con él.

– ¡Vamos allá! -ésta fue la aportación de Impaciente. Aunque para él era un imperativo de inmediata realización, para los demás todavía no constituía la prioridad principal, aunque la segunda sí, en cuanto supieran qué hacer exactamente. En este caso, la impaciencia de Impaciente “espavilaba” a sus compañeros a la acción. Si no le seguían era simplemente porque no se entendían plenamente con él.
– Deberemos tener el objetivo y el plan claros -habló Conector como tratando, inconscientemente, de que el más habilidoso para resolver la cuestión lo compartiera con los demás y así igualarse todos con él.
– Tú, Conector, no puedes participar -alegó Selector- quédate con un cortejo de compañeros, tú has hecho el descubrimiento y podrían descubrirnos a todos por tu culpa -con un miedo ignorante e irracional a no se sabe qué consecuencia podría acarrear Conector, por su relación con el método usado.

Evidentemente, Conector sabía que Esforzado podría echar su plan al garete si descubría el secreto. Ni Esforzado conocía el plan ni los conjurados conocían la implicación de Esforzado, así que Conector se autoexcluyó reconociendo su debilidad, sin llegar a revelarla. Al excluirse, se entendió con Selector. En el fondo se le asignaba una función parecida a la del científico o el genio, que se conformaba con la aportación de su tarea en soledad. Su disposición a excluirse reforzó al resto del grupo.

En cuanto Conector se había retirado del ataque y seleccionó unos compañeros de vigilia, el comando -casi un ejército- perfecto ya estaba formado y se entendieron en que los preparativos estaban ultimados. Apareció Emprendedor y les incitó a lanzarse, no sin antes recopilar las instrucciones válidas y precisas para realizar el ataque (en realidad, y esto no lo sabían, se trataba de las instrucciones más válidas que se podían dar, sin duda alguna, aunque de nada fueran a servir).

En definitiva, Emprendedor realizó un acto de síntesis recogiendo las soluciones que habían ido adoptando como plan de ataque durante una larga temporada. Sintético lo aprobó, entendiéndose con Emprendedor. Se inició así una cadena de validaciones e instrucciones complementarias que darían lugar al consenso de una forma casi fugaz, hasta volver a Impaciente que, satisfecho, dio el punto de partida al ataque, con su genuíno ímpetu.

Un grupo de ellos se reunió y empezó el ritual. Jugaron y perdieron buen tiempo en juguetear hasta que iniciaron la escena de la materia exogenada y se acabaron restregando en su apreciado Benefactor (un ser que se prestaba a cualquier situación penosa con tal de cooperar). Una vez cumplidos los trámites realizaron el ataque, avanzando entre las coronas con astucia y determinación.

Su relativo éxito fue su mayor desgracia. Consiguieron avanzar por diversos flancos con equipos relativamente alineados. El más clarividente iba en la punta y guiaba a todos. Su entrenamiento no intervino, pero forjó la actitud necesaria para avanzar unas cuantas coronas, no muchas realmente.

El ímpetu que habían puesto, ayudado por su entrenamiento y lo cebados que estaban, dio lugar a una fuerza cuya convección les perjudicó en cuanto sucedió el primero tropezón de una falange con un pequeño muro. El cansancio despistó al resto y los dormidos despertaron de la alienación. Para ser justo hay que admitir que ese ataque era materialmente imposible. Un ataque colectivo era inviable, pues se multiplicaban los riesgos de desconcentración, incluso contando con la técnica de la revulsión, y más aún en esas circunstancias de ceguera general. El miedo hizo el resto, porque no tuvieron ni tiempo ni disposición de volver a indignarse.

Los seres que iban en las puntas de lanza de ataque fueron despedazados y sabrosamente engullidos casi al instante, pues los consideraron ladrones que, pese a tener alguna razón -que nadie investigó-, se habían excedido y querían algo que no les pertenecía. Algunos se salvaron, volviendo rápidamente al punto de inicio, y al resto los apresaron. Cuando estuvieron satisfechos, empezaron a lanzarlos a despecho, con total salvajismo. La gran mayoría fueron víctimas de la misma presión que habían ejercido y cayeron a la corona exterior de forma inmediata, otros se precipitaron en el vacío.

Con una constitución corporal muy superior, el resto del grupo fue a parar a coronas inferiores. Entonces, los miembros de esas coronas inferiores se reunían -telepáticamente- y los engullían o los iban expulsando hacia afuera (en muchas ocasiones eran demasiado voluminosos o fuertes como para ser engulldidos fácilmente, y la única opción que tenían era presionarles para expulsarlos.

En pocos instantes ya estaban todos en el exterior del planeta, había nacido una nueva corona. La corona de los desprendidos, la llamaban, con reconocido error, puesto que era la corona de los defenestados o en todo caso de los suspendidos, al estar gravitando precariamente en el borde del planeta, el último reducto de la convección. Y empezó a correr la materia exogenada hacia las coronas inferiores en cantidades ingentes, el festejo fue descomunal...

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