Capítulo VI. La incursión de Áspero


Finalmente, Conector pudo reclutar un grupo bastante numeroso, que él creía suficiente -en toda su ingenuidad- para “llegar al centro de la corona”. Le costó mucho tiempo y muchas cautelas reunir ese selecto grupo que estaba dispuesto a afrontar el riesgo. El riesgo de denuncia no fue, finalmente, tan alto como se imaginaban. Aquellos que no querían participar en el proyecto tampoco optaban por delatar a los conspiradores, simplemente se apartaban del ser que se lo había propuesto sin más, y sólo tuvieron que soportar la carga de no explicarlo, pues podían olvidarlo fácilmente; muchos de ellos pensaban en las cuantiosas recompensas exogenadas que recibirían después de cada intento, egoístamente, y esa posibilidad también alentaba su silencio, pues presumían su fracaso.

El primero en proponerse para romper coronas fue Áspero. Le llamaban así porque siempre contestaba -las pocas veces que contestaba- con una desagradable actitud. Era un tipo que no conversaba, sino que sólo se “entendía” con los demás; esto es, sólo se relacionaba con los tipos parecidos o idénticos a él en aspiraciones y conducta. Conector no llegó nunca a entender cómo podía congeniar con ese tipo arisco, desagradable e incomunicativo, pero al fin y al cabo era el odio al sistema de coronas lo que les unía y ése era un gran inicio. Ambos eran amantes de la libertad, de los desplazamientos libres y detestaban por igual a los vigilantes y sus maniáticas inspecciones. Áspero trataba de ejercer esa libertad a cada instante y a cada instante tropezaba con algún guardián que no le conocía. La mayoría de los guardianes le conocían y no solían mostrar reticencias a su actitud. Además era un tipo ordenado y cumplidor; siempre portaba sus mercancías bien ordenadas.

Áspero estaba ansioso por ejecutar su incursión, impaciente, rabioso. Conector pensaba incluso que no sería necesario preparar una situación enojante simulada para que Áspero avanzara por las coronas por la indignación que mostraba en esos momentos, pero eso no fue así. Acordaron la forma de proceder –imitando los hechos que Conector presenció originalmente- junto a la frontera de la corona superior esperando el momento oportuno, indeterminado pero dentro del toque de queda; imaginaban que el toque de queda propiciaría sus movimientos por la corona superior.

El día llegó y actuaron según lo acordado; antes del toque de queda, un pequeño grupo de ellos organizó una fiesta simulada que acabó con la vorágine de restriegues necesaria. Áspero no participó en el restriegue y actuó según las indicaciones de Conector: miró, se asombró y se indignó, falsamente, claro, aunque aprovechando su indignación permanente. Salió disparado hacia el centro. Al principio su intención era clara, quería llegar al centro. Al pasar tres coronas, su admiración por el descubrimiento de Conector fue tal que olvidó por completo la indignación, de forma totalmente inconsciente, por la fascinación que le produjo avanzar con tanta libertad.

En consecuencia, la alienación acabó antes de llegar a los controles de la cuarta corona superior, los seres que allí habitaban se extrañaron de ver a Áspero dirigiéndose, ya con alegría, hacia el control, lo apresaron entre unos veinte seres que no comprendían qué hacía allí un coronario inferior totalmente embobado en pleno toque de queda. Le expulsaron como si le estuvieran haciendo un favor pero con una fuerza suficiente para traspasar la corona de la que provenía y varias más, sancionándolo y regalando un preso a los coronarios inferiores. Tuvo que pasar largas jornadas convenciendo a los seres de las coronas inferiores de que su lugar estaba unas cuantas coronas más allá, que no sabía cómo había llegado allí. Finalmente, consiguió superar, con gran dificultad, unas cuantas coronas hasta encontrarse con otro de los participantes, que dio la noticia al resto de los compañeros.

Habían acordado no comunicarse con Áspero telepáticamente por temor a una –sin embargo, imposible- intercepción y descodificación de los mensajes; el proceso de codificación requería mucho gasto energético, así que un descuido, por pequeño que fuera, habría sido advertido por cualquier otro ser, según temían.

– Encontré a Áspero algunas coronas más abajo -explicó Perceptor, siempre atento a todo lo que sucedía.
– Cuenta, cuenta -coreaban todos entusiasmados. Su miedo al desprendimiento total era la mayor de sus preocupaciones pero, al saber que Áspero se encontraba con vida, su energía aumentó en “tranquilidad”.
– Sólo pudo pasar tres coronas más y le expulsaron dieciocho coronas más abajo.
– ¿Podrá volver a contárnoslo con su propia energía? -le espetó Conector.
– Esperemos que sí, pero tendrá problemas para justificar su caída, deberíamos ayudarle para que pueda volver a sus tareas.
– Sí, pero si actuamos en concurrencia, nos descubrirán y nos podremos dar por expulsados -comentó Intrépido.

Intrépido era llamado así por actuar de forma temeraria; usaba los vehículos de forma trepidante y habilidosa, lo que le había costado el odio de todos excepto algunos pocos seres que confiaban en su habilidad. La confianza –excepto en el caso de comunidades como la de nuestros protagonistas- se producía más por obligación, por presión social (que también tenía un reducto físico), que por admiración, reconocimiento o respeto; con frecuencia debían confiar unos en otros a desgana o a ciegas. Por un orden social impuesto, que muchos aceptaban a regañadientes, debía mostrarse confianza a los vigías y a los hombres habilidosos, como el progenitor de Conector.

– Cierto, debemos actuar con prudencia, no podemos exteriorizar ahínco, no podemos levantar sospechas, nuestro secreto es más importante que cualquiera de nosotros -comentaba Iluso, que idealizaba todo en exceso, y que ahora se entendía con todos.
– ¿Alguien se propone interceder por Áspero? -preguntó Conector.
– Yo mismo iré en su rescate -dijo Rapaz-; trabaja en mi corona y en mi sector. Fingiré que su ausencia ha causado un aumento exponencial del trabajo, nadie sospechará – resolvió Rapaz.

En un par de jornadas y tras formular la reclamación a todos los vigías, Rapaz pudo traer a Áspero de nuevo con el resto. Tal y como sospechaban, Áspero estaba marcado, lo que le invalidaba para participar en las incursiones. La única función que podía seguir asumiendo era el reclutamiento, y ésa era precisamente la peor función que podía asumir si tenemos en cuenta su incapacidad para comunicarse, o al menos eso creían. Las primeras veces que establecía contacto intentaba imitar las “locuras” de Conector, pero era muy torpe; sus peripecias provocaban entre el personal una risa pánica extraordinaria, facilitando la detección de los seres menos adictos al sistema de coronas.

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