Capítulo VIII. Perfeccionando la ejecución de la indignación


A medida que pasaban las jornadas el reclutamiento y la ejecución de las incursiones era más efectivo. Los ataques se sucedían, lentamente, por la necesidad de pasar desapercibidos, desde diferentes coronas y disímiles en distancia recorrida y en consecuencias. Intentaron usar instrumentos de ataque pero fracasaban, al tener que pensar en los objetos y perder la indignación. Tampoco servían los vehículos, que les acarrearon serios accidentes. Cada vez que alguien se lanzaba, conseguía concentrarse mejor y los éxitos eran mayores. Desgraciadamente para ellos, cada éxito relativo en número de coronas alcanzadas podía convertirse en una pérdida irreparable. Los valientes expedicionarios podían ser engullidos o caer hacia coronas muy inferiores, lo que impedía su recuperación.

No tardaron mucho en conseguir avanzar una centena de coronas, pero el esfuerzo necesario era máximo. Pronto entendieron que debían engordar al próximo sacrificado para que tuviera más energía, más combustible y más resistencia. Realizar un ataque era como hacer una carrera al máximo esfuerzo durante un lapso muy pequeño de tiempo pero en una distancia bastante larga, sin poder hacer otra cosa que avanzar contra la fuerza del “viento” de la fuerza gravitatoria que también arrojaba materia y oponía obstáculos.

El mayor problema era el de la concentración. Debían encontrar el equilibrio perfecto entre indignación, rabia, temple y firmeza mientras trataban de percibir obstáculos, lo que siempre les hacía fracasar. Contra este peligro lograron encontrar una técnica de de avance que denominaron concentración revulsiva: era un juego mental en el que uno se iba convenciendo de los motivos que le llevaban en ese momento presente a realizar la acción -nótese que nuestros seres son muy juguetones y, como todos los juegos, los de astucia eran unos de sus favoritos. Descubrieron la técnica en una incursión colectiva.

Nuestros amigos ya conocían bastantes de las limitaciones que padecían así que un día decidieron ejecutar una incursión colectiva de exploración bien planificada. Esta incursión –de élite, se decían ingenuamente- había sido pensada con vistas a alcanzar los más altos objetivos: saber qué había en el centro y estudiar a los seres de las primeras coronas.

Tres eran los viajeros: el primero era Mal-ser, pequeño y malo como una fiera, como un ser primitivo, agredía a los demás si no eran justos con él o incluso siéndolo. Mal-ser seguía vivo por su habilidad para acomodar a los otros seres, por dar consejo postural y diseñar ergonómicos descansos. El segundo viajero era Vivaz, un personaje muy riguroso, meticuloso y pícaro como ninguno, vivía algunas decenas de coronas más céntricas de la que le correspondía por constitución y, en consecuencia, se movía a su gusto por esas decenas de coronas. En último lugar seleccionaron a Intrépido que, aunque parecía loco, tenía una agilidad a prueba de milagros y una genialidad innata –además había demostrado su cordura y acierto sobradamente.

Después del ritual festivo, el conjunto partió decidido, sin tambalear y sorteando magistralmente los obstáculos que se iban encontrando gracias a Mal-ser que, sorprendentemente, tenía una percepción casi perfecta (el resto padecían deficiencias de percepción durante las incursiones por efecto de la indignación, que aumentaba sus habilidades de comunicación activa pero disminuía su capacidad de comunicación pasiva). Vivaz le seguía requiriéndole calma e indignándolo a la vez, para que no perdiera la concentración. A pesar de entender lo complejo de la situación, Mal-ser no podía evitar cabrearse, ni podía frenar los impulsos violentos que en él ya eran naturales. Esta vez debía acumular su cabreo para destruir a un etéreo enemigo o enigma. Estaban en misión y debía contenerse, contenerse, contenerse.

A medida que iban avanzando iban viendo vastos espacios entre coronas, máxima simplicidad y lujo. Todavía no se habían empezado a cansar cuando Mal-ser no pudo contener más su rabia y agredió directamente a un ser que parecía tener una satisfacción infinita. Cuando el resto volvieron a tener conciencia y vieron a Mal-ser pegando a aquél otro ser llamado Exquisito-Manjar, un ser excéntrico que admiraba los manjares que le llegaban de las coronas inferiores y que había escogido ese apodo con el asentimiento unánime de su corona.

Los tres fueron expulsados sin mediar palabra; a Mal-ser se lo comieron directamente, lo despedazaron en un instante. Vivaz e Intrépido fueron lanzados varias decenas de coronas más allá de la suya natural. Al detenerse, Intrépido no dudó en comunicar los resultados de la misión. Aunque todos desconfiaban del cifrado, parecía que funcionaba y tenía que ser Intrépido el que lo demostrara. Quedaron retenidos en coronas inferiores, pero pudieron desvelar los secretos inmediatamente.

– Mal-ser no era de fiar -dijo Intrépido cuando hubo caído, ante la general estupefacción-, nos ha traicionado para agredir a otro ser, dejando la co-misión. Cuando hemos vuelto a recuperarle, se nos han echado encima: la indignación debe mantenerse siempre. Nosotros hemos podido avanzar explicándole los motivos de nuestra indignación a Mal-ser para que no se desconcentrara, y esto nos hacía recurrir en la indignación, ha sido nuestro revulsivo. Llegado un momento, no hemos podido retener a Mal-ser, ni estando detrás suyo, tirando de él. Su indignación ha sido máxima y ha tomado más velocidad, cuando se ha visto libre ha cometido la agresión y todo se ha acabado -relató.
– ¿Podréis volver? -preguntaron desde el grupo teatral que había provocado la indignación.
– No lo creo -dijo Vivaz-. Escuchad, dejadnos las comunicaciones abiertas, seguimos estando con vosotros, el cifrado nos protege.
– La indignación parece no protegernos, tal vez nos también nos destruya -inquirió uno, totalmente desconcertado.
– Y si nos descubren, ¿qué hacemos?- dijo otro, con su compleja manía persecutoria, totalmente ignorante de que se estaban comunicando en libertad.
– No temáis, no nos descubrirán, podéis preparar el gran ataque -concluyó Intrépido – intentaré unirme a vosotros, esperad demasiadas jornadas -Intrépido les conocía impacientes y quería ofrecerles el tiempo de reunir el ejército más grande posible; aunque el espacio se iba despejando a medida que avanzaban, existían innumerables obstáculos que sin una vista como la de Mal-ser no podrían sortear, así que no quedaba otro remedio que el de preparar un ejército lo suficientemente grande, aumentando la oportunidad de llegar al centro.

Aunque hubieran descubierto su secreto, nadie hubiera podido hacer nada, porque eran numerosos y la libertad que les otorgaba la clandestinidad era absoluta. En realidad podrían haber estado bastante tiempo engordando y preparándose, pero eran muy impacientes. Además, sus ataques de introspección eran escasos y muy espaciados.

La impaciencia que les arroyaba se veía aumentada por diversos factores. Por un lado, la indignación con incursión de forma natural no era frecuente, así que, para no levantar sospecha, debían espaciar sus acciones. De otro lado, a menudo revelaban su secreto a otros seres sumamente impacientes que, al enterarse del descubrimiento, se lanzaban indignados hacia el centro, liberando su rabia hacia los coronarios superiores. Estos seres eran expulsados a la mínima distracción, causada generalmente por el cansancio; morían con rapidez, a veces engullidos. Estos espontáneos solían reducir la capacidad de acción de nuestros protagonistas, que debían espaciar todavía más sus incursiones -ahora ya exploratorias. El peligro era máximo porque si estos seres comunicaban el descubrimiento después de la alienación el plan quedaría en entredicho.

Temerosos pero disciplinados, esperaban la vuelta de Intrépido, reclutando seres en infinidad de coronas y latitudes, y preparándose para el momento del asalto definitivo.

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