Capítulo IV. Código y séquito


Las combinaciones de posibilidades se formularon plácidamente y había encontrado dos elementos indispensables para compartir su descubrimiento: un código y un séquito. El Código consistía en una forma de comunicación del descubrimiento, una especie de “baile” que explicase el descubrimiento y la propuesta de Conector, de tal forma que nadie supiera de qué hablaba exactamente hasta que pudiera comprenderlo -en el sentido de figurarlo, de completarlo- por sí mismo, esto es, hasta que pudiera contemplar como posible la incursión en las coronas superiores y la rotura o desactivación del sistema de coronas, una especie de función teatral a la que denominó “locura”, en honor a la sicosis que le había causado el descubrimiento los primeros días.

Tendría que elegir con cuidado las víctimas amistosas de su locura si quería llevarlos hacia el descubrimiento. El problema consistía en que no podía escogerlos, incluso debía ocultárselo, por ejemplo a Esforzado o los manipuladores. Repetiría su locura en los cúmulos y trataría de encontrar un momento para completar la secuencia, liberar el código y explicar el descubrimiento si el otro ser no se excitaba en exceso.

Nosotros podemos imaginar que Conector pretendía colonizar el centro y crear una convección diferente, atrayendo a todo aquel que, indignado, quisiera invadir coronas superiores. El problema radicaba en que los seres de las coronas superiores eran enormes, casi gigantescos.

Una opción intermedia era establecer en el centro una pequeña colonia de resistentes e ir llamando a otros seres conforme la avanzadilla se hubiera atrincherado. Como era casi imposible, la idea de Conector sobre qué hacer con el descubrimiento acabó pareciéndose más a un ataque que a una guerra o un proceso de colonización. Él no sabía que cuando despertaran los seres de las primeras coronas los atacantes podían ser eliminados por cientos pero aún sin saberlo tenía dudas, desconfiaba del descubrimiento. Creía poder estar cometiendo el error de originar una extraña “guerra”, más que una colonización. Eso le causaba confusión y temor, tormento.

Al final acabó decidiéndose por reclutar muchos seres y proponer ataques “de exploración” para testear una posibilidad de un ataque masivo. Cabía esperar que aquello podía originar desde una alteración de fuerzas desconocida hasta un patético asesinato masivo, ... había miles de posibilidades y ninguna halagüeña.

La elaboración del plan y la composición de la locura duraron sólo un instante, la idea le vino como un rayo, por infusión: la fuerza gravitatoria que originó en el descanso acabó por solucionar el equilibrio que le dio la respuesta, basada en la comprensión de las formas básicas. Esto es, en la relajación que buscaba al dejar de pensar encontró un equilibrio allí mismo que se proyectó en él, como rebotándole y dándole la respuesta. Tenía que evocar el planeta de las coronas (una esfera perfecta) y haciendo anillos mostrar las coronas y luego agujerearlas como si algo las penetrara de fuera a dentro. Todo ello con formas no esféricas, pues no convenía mostrar el mensaje con total claridad, sino en representaciones piramidales, cúbicas, …

Como decíamos, después de componer la locura se quedó a descansar. Una vez compuso su imagen perfecta de la “locura” para comunicarla a los demás -y después de mucho entrenamiento- no dudó en probarla por primera vez. Aprovechó el tiempo del jolgorio en la segunda corona superior a la suya junto a unos transportistas de sustancias compactas, caracterizados por su minuciosidad y una característica actitud de “silencio”, ligeramente mayor a la de los manipuladores. También se les conocía por su rigidez en el cumplimiento de los pagos arancelarios y su ingenuidad, que resultaba beneficiosa para los vigías, que podían proponer un consenso al alta, a disgusto de los clientes de los transportistas.

La “locura” de Conector consistía en una composición de las que solían representar frente a los amigos o conocidos, una forma artístico-lúdica de “hablar” y jugar con los demás. Eran unos juegos de percepción en los que el propio cuerpo se convertía en infinitas formas y texturas, algo parecido a los colores, escenificando una descomposición o cambiando su propio estado por regiones del cuerpo, dándoles o quitándoles energía, de forma muy rápida. Eran como representaciones teatrales contextuales. Normalmente consistían en críticas burlonas de las funciones o de ciertos personajes (frecuentemente los vigías) o en narraciones fantasiosas o reales pero adornadas con mil argucias.

Conector jugaba con las figuras geométricas básicas, las primeras que se aprenden al adquirir consciencia, que insertaba en otros relatos de forma intermitente. De este modo Conector reproducía la forma y composición de las coronas con su cuerpo. Finalmente hacía una explosión de dispersión y avance, como expulsar la propia piel y luego recomponerse avanzando. Este último recurso estaba evocando, ocultamente, el resultado que Conector asignaba a la indignación, esto es, permitirles avanzar en las coronas e incluso asestar un golpe definitivo al sistema de coronas.

Se trataba de unas composiciones tan elementales que no cuadraban en el resto del relato de Conector por su carácter básico -nosotros diríamos infantil. Finalmente resultó que provocaban una reacción de risa pánica. La risa pánica se producía al relajar intermitentemente el propio cuerpo de puro placer hasta que acababa por dispersarse por impulsos, palpitando. La risa -físicamente, la dispersión- podía llevar a la desintegración, la muerte; para evitarlo se activaba una alerta innata de repliegue -el pánico- que volvía a unir el cuerpo. Era una risa -literal y potencialmente- de muerte, puesto que si el placer era máximo, podía no llegarse a tiempo para el repliegue. Un par de los transportistas llegaron a temblar de pánico pero en modo alguno comprendieron el mensaje y tampoco la explosión final. Sin embargo les gustó, lo que aseguraba a Conector un segundo intento de realizar la locura.

Cuando volvía a su gota pensaba en sus dos nuevos amigos. El de mayor tamaño parecía un tipo con compromiso y firmeza, sin obsesión porque no la necesitaba, simplemente mostraba su capacidad de obstinación. Era un tipo Rapaz, puesto que se situaba bien en posición de avance mostrando su obstinación, impidiendo el ataque procedente del inferior y bien posicionado hacia el centro, firme, como dispuesto a coger su parte de lo que estuviera en juego. Rapaz nunca necesitaba ayuda porque tampoco solía desear grandes caprichos, tomaba lo que le correspondía por su valor intrínseco (el suyo propio, conocido por si mismo y los demás). Para Conector constituía un tipo de su confianza y admiración. El amigo de Rapaz era conocido por ser Disperso. Se le conocía con ese nombre porque se dispersaba sin cansancio, era un risueño bufón y bravucón, siempre “riendo”, dispersándose de placer.

Conector iba repitiendo su locura en las reuniones a las que asistía y solía tener buena repuesta pero, por supuesto, nadie lo entendía. Muchos lo creían tonto e incluso algunos dudaban de su capacidad para vivir en la corona en la que vivía. Entre ellos, los asistentes comentaban la actitud de Conector: unos desconfiaban, otros lo creían ingenioso, y la mayoría guardaba altas dosis de incertidumbre.

La locura empezaba a surgir efecto. Todos le creían raro y le trataban como tal. Conector temió por la efectividad de su plan basado en la “locura” tras las primeras repeticiones ante Rapaz, Disperso y otros con los que coincidía por azar. Al principio encontró una cerrazón por respuesta. Generalmente, causaba una gran confusión entre la mayoría.

Rapaz le requirió de vuelta a casa:
– No deberías repetir el baile geométrico, ¿o quieres que te tengan por loco?;
– No me importa que me traten por loco, a ti te gusta -contestó Conector;
– Bueno, la primera vez lo encontré un delirio extravagante y no pude contenerme pero, en realidad me das pena -Rapaz empezó a sospechar que las cosas empezarían a empeorar con Conector;
– ¿No entiendes nada, cierto? -intrigó Conector;
– Bueno, la forma básica me da una sensación de conocimiento, pero es que es la base de nuestra existencia, las gotas son redondas si las miras desde abajo o desde arriba. Claro que todos los objetos guardan una relación lejana con las formas básicas pero son tan básicas que nadie les debería prestar atención, ni siquiera son funcionales... -Rapaz no sabía ya cómo contener su rabia, se desesperaba-, no sé por qué lo haces, pero estás arriesgando tu cordura y ¿sabes qué les sucede a los que pierden la cordura, no?;
– Pues que me expulsen tres veces nuestro mundo más allá si es necesario, no siento duda en admirar nuestras formas básicas -en ese momento pensó en realizar la acrobacia final y librar el código pero no podía confiar tanto en los primeros encuentros.

Pasó jornadas y jornadas invocando su locura con mucha cautela, temiendo acabar como los que pierden la cordura, esto es, expulsados del planeta o hasta la última corona, que si no suponía la muerte al menos provocaba una agonía existencial larga.

La expulsión era un proceso en el que participaban todos los seres del planeta que veían pasar a un loco desprenderse del planeta por el efecto de la expulsión máxima y, si podían, contribuían al escarnio empujándole con más fuerza todavía o desviándole para que no encontrara otros obstáculos mayores o inmóviles. Se trataba de una fiesta macabra y tremendamente popular, como un asesinato colectivo, como una defenestración en común.

Cuando el ser ya se había desvanecido en el vacío exterior o se había detenido en alguna de las últimas coronas -todo dependía de la gravedad de la acción que había ocasionado la expulsión- empezaba el espectáculo: la materia exogenada corría a raudales desde las coronas superiores. En ocasiones, y dependiendo de quién fuera el expulsado o el motivo de la expulsión, incluso se celebraban festejos descomunales; en definitiva, los seres de las coronas superiores subvencionaban la intoxicación en aquellos momentos, lo que explicaba la proclividad por este tipo de actitudes y su carácter tradicional. Aunque no eran cotidianas, estas expulsiones se sucedían con frecuencia.

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