Capítulo X. La soledad de Conector


Entretanto, Conector estaba eufórico, ya casi celebraba la victoria y se alimentaba con desprecio -por mucho que fuera necesario engordar-, como hace el que cree nadar en la opulencia, y eso despistaba a su entorno. Su progenitor, que había perdido una inversión, le hubiera engullido en cualquier momento, solo o con su cuadrilla de operarios, pero había cogido ya mucho volumen y era más fuerte. Decidió interrogarle con tono amenazante, como si estuviera dispuesto a solicitar la expulsión, una expulsión que debía suscitar la unanimidad menos uno de la corona, una expulsión de la que Conector no podría haber escapado.

– Aquí se acaba el sustento para ti, mi paciencia se agota -le dijo el progenitor.
– Tranquilo, tranquilos todos, pronto no sabréis nada más de mí -arrogó Conector.
– ¿Y podemos saber a qué te dedicarás? Si lo único que sabes hacer son figuras complejas –los pensamientos de uno de los operarios, muy cómicamente astuto, despertaron la risa pánica colectiva; habían oído algo de unos “idiotas” que se divertían haciendo formas básicas, no los consideraban un grupo, sino más bien los participantes de una patética “moda” propia de unos seres que consideraban de baja voluntad, como debiluchos o gandules.
– Tengo una inversión entre manos –replicó Conector.
– No nos desesperes, sea cual sea la aventura en la que te has embarcado, deberá realizarse en breve con sumo éxito. Sabemos que has estado preparándote, pero aquí todos dudamos de tu capacidad real de hacer algo diferente o, más bien, de hacer algo. Si fracasas no vuelvas por aquí, acaso para compensarnos por el material que te hemos ofrecido durante tu vida -concluyó el progenitor, como si le exigiera el pago de su manutención por haber perdido la inversión.
– Ni siquiera tenéis conciencia de lo que es la abundancia, yo os la regalaré, a vosotros y a todos los seres.

La risa ante la actitud -que ellos interpretaban arrogante y chulesca- de Conector fue unánime y casi mortal. Uno de los operarios hizo un estallido tan violento de risa tan exagerado que el resto, que también se descomponían, tuvieron que moverse por instinto reflejo para rodearlo e impedir que su materia se descompusiera definitivamente, evitando su muerte.

Esa risa tan fuerte la provocaba la broma que corría entre los operarios sobre los designios de Conector, porque adoptaba una actitud de “estamos realizando un gran proyecto”, que ellos asociaban a un golpe de suerte sobrevalorado, un destello de realidad que no perdura o que es directamente ficticio.

– ¡Vete ya! -le “chillaron” todos.

Conector tenía una potencia virtual elevada de desarrollar su habilidad, como todos, aunque nadie imaginara su dimensión. La posibilidad de manipular la indignación descubierta por Conector daba cuenta de una habilidad extraordinaria para resolver los enigmas vitales de esos seres.

Todas las habilidades se desarrollaban de forma inconsciente, y el caso de la indignación no era una excepción: cuando un ser tenía un problema con algún otro ser de una corona superior o inferior, se presentaba allí sin más y nadie le detenía; el consenso para dejarlo avanzar era innecesario en esos casos, la tolerancia a la acción del indignado se generaba espontáneamente. La indignación no solía suceder en pleno toque de queda (porque no había actividad), pero podía suceder y no habría sido extraño. Nadie se preguntaba cómo había llegado hasta allí el ser indignado, casi nunca les importaba, así que no podían imaginar que Conector llegara a dominarla. Con todas las habilidades sucedía lo mismo, el artesano era el que podía transformar un acto reflejo en un acto consciente, premeditado, y utilizarlo para manipular la materia o las condiciones en las que se desarrollaba su vida.

Los operarios manipuladores no eran capaces de relacionar la habilidad de Conector con alguna actividad que no estuviese relacionada con la materia, pues al fin y al cabo era hijo de un manipulador. Por otro lado, si bien intuían la existencia de esas excepciones y habilidades especiales, ni por asomo creían que se podía manipular la alienación para realizar intrusiones en coronas superiores. Hubieran podido imaginar que alguien descubriera la alienación como un juego, pero jamás lo habrían imaginado como arma o técnica de ataque, jamás. Finalmente tampoco consideraban a Conector un ser capaz de desarrollar una excepción tan reveladora, y menos aún lo creían capaz de desarrollar habilidades de artesano. Hacía ya tiempo que el trato que los operarios dispensaban a Conector rozaba la repulsión y finalmente la alcanzó.

Conector, acertadamente, sabía que esa excepción se había dado en su caso, su descubrimiento era efectivamente excepcional, porque había aprendido a observar un hecho y proyectarlo colectivamente: había conectado ideas (el descubrimiento) con seres (su séquito), lo que le llevaría a ser conocido como un artesano de la conexión.

Tal vez, lo más irónico de todo fuera que los manipuladores no podían ni imaginar cuán grande era el descubrimiento. Conector y su séquito tampoco eran plenamente conscientes del alcance del descubrimiento, ni sus posibles efectos ni sus consecuencias. De hecho, les reducía la energía la posibilidad de que su acción pudiera causar algo así como una pelea planetaria o coronaria, los equivalentes de una “guerra civil” -cuando en la disputa participaban distintas facciones de una misma corona-, una “guerra mundial” -en la que se batían múltiples coronas entre sí-, o una guerra intersectorial -entre asociaciones o focos territoriales determinados-, acontecimientos que si bien creían posibles, nunca habían vivido directamente. Sin embargo, sabían que lo suyo no era un acto de guerra convencional contra otra corona o conjunto de coronas, sino que luchaban contra una situación, un sistema de organización, una determinada forma de hacer las cosas, factor que aumentaba sus incógnitas.

Conector se había quedado definitivamente sin un suelo donde caerse muerto. Oficialmente era un vagabundo. Sus aires chulescos seguían intactos y despertaba sensaciones encontradas entre sus vecinos. Se decidió a hacer un breve viaje hacia las antípodas de su corona. En realidad estaba tratando de huir de todo lo que le cuestionara en su seguridad.

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